prosa nostálgica

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Tan frágil como un pétalo caído, como si el viento en su constante rebeldía y su búsqueda de libertad pudiera besar mis labios y en una risa suave, romperme.

La oscuridad me sobrecoge, se mete en mis huesos, infesta mi sangre y se inyecta en mi alma, y negrura es todo lo que veo. Neruda sabe lo que se siente, una noche eterna donde los astros tiritan a lo lejos, la melancolía pura y profunda que desgarra los músculos y los deja laxos, colgando como péndulos sin vida, porque esta alma que habita este cuerpo esta quebrada, temblando y tratando de encontrarse a si misma entre los escombros de un derrumbe emocional.

La luz no me toca.

Todo lo que soy es invisible, intangible, pasajero.

Trato de hallar los cabos sueltos y atarlos pero, tengo la maldita manía de perderme, de dejar las cosas a medias, de olvidar, de no tomar el camino indicado. Y creo que invente la palabra errante justo cuando dejé de saber a dónde me dirigía.

Me gusta decir que estoy cansada pero no es cansancio, es el dolor generacional que mi material genético ha heredado durante años y años, cargas que empujan mis hombros y clavan mis pies al suelo más seco y caliente. Este infierno me pertenece, como solo mi mente lo hace.

La soledad es fija, intransigente. Inmutable.

La nostalgia esta arraigada a mi rostro, es un eco cuando sonrío, una sombra cuando camino, un peso cuando intento mirar al frente.

Estas páginas se acaban lento, suaves entre mis dedos y ásperas en mi lengua, todo lo que alguna vez no he dicho se queda tatuado en mis párpados, y cada vez que cierro los ojos, mi corazón tiembla.

¿Cómo hago para sobrevivir a la mitad?

Mis manos están siempre frías porque ya nadie las sostiene. Ya nadie me mira, nadie me siente, nadie, aunque intente buscarlo en todas partes, nadie lo tiene. Ese algo que te hace quedarte mirando hasta perderte en ello. Nadie lo tiene.

Hay cenizas en mi garganta, porque estas brasas ya no arden. No es derrota, es algo más antiguo y lejano, parecido a la conformidad y el desánimo, como nuestros antepasados que se rindieron, así me siento, aunque no este luchando ninguna guerra.

Al menos no uno que tenga posibilidad de ganar.

El caos está inmiscuido en mis venas, me lo bebo a tragos hondos y luego lo lloro, pero no puedo sacarlo de mi sistema. No tengo el control.

Esta prosa es solo la evidencia de ello.

El canto de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora