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En mi clase hay una chica. Su nombre es Veronica y tiene la extraña costumbre de traer galletas para todos antes de los exámenes. Las llama "Galletas de ustedes pueden", y las reparte fila por fila, una para cada quien, horneadas por ella misma. Nunca me ha dado una. De hecho, ni siquiera se digna a mirarme. No es que me pese mucho, pero esas galletas se antojan. 

Miro por la ventana mientras mis compañeros se empeñan en repasar para el examen de Biogeoquímica. Dos bancas más adelante, Kevin se da golpes en la cabeza y sonrío para mis adentros al recordar sus lágrimas de frustración cuando no pudo ganarme en nuestra discusión antes de que me echara del club de Ciencias. 

Como si fuera por instinto, reviso mi teléfono sólo para ver que mi "Lamento lo que dije" sigue con dos palomitas azules en la conversación con Sophie. Ha estado así desde ayer en la mañana, cuando comprendí por qué Peige se molestó tanto con el "cuando terminemos". Varias veces he visto que está escribiendo, aunque al final no dice nada. 

La maestra entra al tiempo en el que me llega un mensaje: 

"Me lastimaste". 

***

Tengo que desarrollar un proyecto para la clase de investigación sobre el tema que yo elija y por un momento siento que no he aprendido nada en todo el semestre. Ajusto mi bufanda. Hace mucho frío afuera, pero pienso mejor así, se me refrescan las ideas.

Al cabo de un rato, como no se me ocurre nada, vuelvo a ver el mensaje sin abrir de Sophie y una sensación amarga inunda mi estómago. Tengo 15 minutos, así que tomo mis cosas y me dirijo a la facultad de Educación. Nunca he entendido cómo alguien querría ser maestro, mucho menos ahora que los niños hacen lo que quieren y los padres son unos viles zopencos que no se atreven a contradecirlos. Ninguna paga vale eso. Pero Sophie se ve feliz fabricando material didáctico y pensando en nuevas maneras de echar a perder niños con un sistema que no me parece que funciona como debería. 

La facultad está llena de color y vida. Hay letreros y murales como los que ponían en la primaria, con la excepción de que los estudiantes parecen haber perdido su juventud debajo de la ropa tan formal y la cara larga. 

Sophie está en su aula, con la cabeza apoyada en el puño. Su cabello oscuro está desparramado sobre sus hombros y sus cejas bajas, completamente concentrada en sus notas, intelectual, bella. Carraspeo antes de hacer una seña que Tamara percibe. Le dice algo a Sophie y esta voltea a la puerta sin expresión en su rostro, y luego de mantener la mirada sobre mí un par de segundos, devuelve su atención a lo que sea que estuviera haciendo. Una parte de mí se ofende: ella sabe lo difícil que es para mí bajar de mi pedestal de orgullo, y aún así no aprecia mi esfuerzo. 

Honey: "Sal". 

Sophie: "Estoy en clase". 

Honey: "Sólo un momento".

Pero ya no contesta. 

***

—Apenas sales, me llamas — observa mamá cuando subo al auto —. ¿Nunca te quedas a charlar? 

—No. 

—Ya es tu segundo año de carrera, Sohan. ¿Cuándo empezarás a hacer amigos? 

—Ya tengo amigos. Está Matthew, Peige, Peige, Matthew...

—Hablo de amigos que veas todos los días. Podrías invitarlos a casa o salir con ellos. No sé... Te veo muy solo. 

Es fácil para ella decirlo. La señorita simpatía saluda a veinte personas por cuadra, conoce a los que empacan las cosas en Walmart, a los policías de las plazas y se codea con los vagabundos del centro. De joven era la típica chica popular y relajada con la que todos querían estar, y yo... Yo tengo cara de nalga y una actitud del asco. 

Un día en VenusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora