Espectros y fantasmas

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El fantasma de la Villa Torrigiani (Siglo XV)

Cerca de la localidad de Camigliano, en plena Umbría, se produjo en el año 1478 un terrible incendio que afectó a un convento. En su interior moraban más de una treintena de monjes que, a pesar de sus denodados esfuerzos, no lograron sofocar el fuego, muriendo la práctica totalidad de los mismos, salvo el tesorero que, empeñado en salvar el fabuloso tesoro que albergaba el convento, decidió correr su misma suerte. 

Las llamas no pudieron penetrar los poderosos muros de piedra de la estancia donde se hallaba aterrorizado fray Giulio. Las paredes se iban caldeando de forma progresiva y vio próximo su fin. Su agonía y su dolor se prolongaron por más de diez horas, máxime cuando escuchaba los gritos y los lamentos de sus hermanos, que estaban siendo pasto de las llamas. A pesar de la ayuda de los lugareños, que arrojaban cubos de agua que traían de un río cercano, el convento se vino abajo y con él todo lo que hubo en su interior. Tras inagotables esfuerzos, la gente decidió irse a descansar para, al día siguiente, buscar entre los escombros los cadáveres y darles cristiana sepultura. 

Esa misma noche, fray Giulio despertó de su desvanecimiento y pudo comprobar que todavía seguía vivo, aunque muy malherido. Reptó entre las calcinadas maderas arrastrando un pesado cofre y, tras salvar innumerables obstáculos, pudo llegar a ver la luz difusa de la noche. Entonces le asaltó una pregunta ¿Dónde esconder el cofre con los tesoros del convento? y la solución llegó como llovida del cielo; en la villa Torrigiani.

Los dos kilómetros que separaban las cenizas del convento de la villa Torrigiani se hicieron interminables. Fray Giulio logró llegar al amanecer con las fuerzas justas para traspasar sus umbrales, aferrarse al cofre y expirar. A media mañana fue encontrado su cadáver y, por supuesto, el tesoro. Inmediatamente mandaron a un sirviente en el carruaje del marqués de Torrigiani para notificar a las autoridades que el cadáver de un monje yacía en sus dominios. Poco tiempo después se personaron en la villa autoridades eclesiásticas y de otra índole. El marqués, muy condescendiente, explicó cómo se habían sucedido los hechos y atisbó lo que pudo haber ocurrido: <<Seguramente este fraile pensó que si llegaba a mi villa podría tener alguna oportunidad de ser salvado por mi médico pero, como se puede comprobar, la faltaron tiempo y fuerzas para poder conseguirlo>>. El marqués fue muy hábil y como nadie le preguntó por el tesoro, nada dijo del mismo, quedándoselo en <<usufructo>>.

La fortuna de los frailes le vino muy bien al marqués de Torrigiani para hacer algunas modificaciones en su villa. Gastó todo para, de esta forma, no dejar rastro del mismo. Fray Giulio recibió cristiana sepultura junto a sus hermanos en una abadía cercana a Camigliano pero, curiosamente, su espíritu no reposa allí, sino en la propia villa donde halló la muerte. 

El marqués siguió viviendo de la misma forma que tenía acostumbrada sin el menor remordimiento, hasta que un día algo sospechoso comenzó a enturbiar la vida de Torrigiani. Una mañana, como otra cualquiera, al levantarse, observó que ciertos muebles se habían desplazado de lugar sin que él hubiera dado ninguna orden de que así se hiciera. Reunido el servicio, todos negaron haber desplazado ningún mueble, máxime cuando su peso haría necesario el esfuerzo de al menos tres hombres, y dentro de sus estanterías se encontraban antiguas cerámicas y cristalerías preciosas y frágiles. Los misteriosos desplazamientos se sucedieron hasta que una noche se presentó el propio fray Giulio en persona para pedir explicaciones al marqués por su felonía. Aterrorizado, Torrigiani pidió todo tipo de perdones y le prometió al monje que, desde ese preciso instante, haría todo lo que estuviese en su mano para ayudar a los más necesitados. Fray Giulio aceptó las disculpas, pero exigió que se cumpliera una condición y ésta era, ni más ni menos, que las obras benéficas que hiciera Torrigiani las realizara en nombre de los frailes del convento de Camigliano.

Y así lo hizo hasta el día de su muerte. Las gentes lloraron su pérdida y tuvo un magnífico entierro al que asistieron todos los habitantes de Camigliano, tanto fue el bien que realizó. Con su muerte, las apariciones de fray Giulio deberían haber concluido pero, ¿por qué siguió apariciéndose cambiando los muebles de sitio? El enigma se resolvió varios siglos después. La villa Torrigiani siguió conservando su nombre en honor a su dueño. Desde el fallecimiento del marqués, hasta nuestros días, se le han dado muchas utilidades a estas instalaciones, pero siempre ha conservado casi todos los objetos de valor del Renacimiento italiano. Lo único que no ha variado son las apariciones de fray Giulio en la <<galería de los espíritus>> de la villa. Muchos han sido los que han intentado desplazar ciertos muebles de la galería, pero su resultado, además de infructuoso, ha sido peligroso. Fray Giulio, que antes se dedicaba a mover muebles ahora se había vuelto inmovilista. Tras muchos tiras y aflojas, los actuales propietarios de la villa han decidido dejar las cosas como están para no herir la susceptibilidad de fray Giulio que, de esta forma, ha dejado de protestar.

Y ha dejado de hacerlo porque el no permitir cambiar los muebles de sitio de <<su>> galería tiene lógica. Fray Giulio todavía no ha podido olvidar los terribles momentos en que el fuego le rodeó en el convento y lo único que recuerda es que los muros de piedra le salvaron de morir quemado aunque también fueron la causa de su muerte por aplastamiento aunque fuera a dos kilómetros de distancia. Para fray Giulio los muebles hacen las veces de muros de piedra y se siente protegido entre ellos. En realidad, mora tras sus tablas a la espera de que le sea arrebatada la última pertenencia al tesoro de la iglesia que él trasladó en su cofre en su angustiosa marcha a la villa Torrigiani. Un magnífico rubí, regalo de una arrepentida pecadora, fue el único objeto que se salvó del expolio del marqués, y se salvó porque no estaba en el interior del cofre, sino en el interior de la mano cerrada que fray Giulio no pudo mostrar por el agarrotamiento de sus músculos y el rigor mortis. Con esta pieza pretendía pagar los servicios de un médico que le pudiera salvar la vida. El miedo a morir fue tan fuerte que sustrajo parte del tesoro para utilizarlo en su salvación. 

Pero la muerte ganó la carrera se llevó el alma de fray Giulio sin que éste pudiera sobornarla y, lo que es peor, sin poder devolver tan preciado tesoro. La única solución para alcanzar la eternidad es que algún alma caritativa no se asuste cuando se aparezca en la <<galería de los fantasmas de la villa Torrigiani>> y le arrebate el rubí que le tiene atado entre este mundo y el otro. Lo que pudo significar su salvación terrenal se ha convertido en su perdición espiritual. Nadie, hasta la fecha, se ha atrevido a quitárselo. Su alma depende de que alguien lo haga.

Las más alucinantes historias de fantasmas y del más alláWhere stories live. Discover now