capítulo XI

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CADA NOCHE ERA LO MISMO, cuando sus ojos se cerraban y su mente lo llevaba a tocar lo más profundo de su alma, él aparecía en un campo verde que sabía reconocer muy bien, era su hogar, Francia

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CADA NOCHE ERA LO MISMO, cuando sus ojos se cerraban y su mente lo llevaba a tocar lo más profundo de su alma, él aparecía en un campo verde que sabía reconocer muy bien, era su hogar, Francia. Solía volver ahí y caminar por el bosque con la luz del sol iluminando su camino hasta un claro donde podía apreciarse una exquisita vista a la cadena montañosa de los Pirineos con sus puntas rocosas nevadas.

Era mejor mirar al frente ya que sí veías un segundo abajo, veías un interminable precipicio. Todo parecía ser siempre luz y tranquilidad, hasta que los vientos comenzaban a silbar cada vez más fuerte, anunciando su llegada...

El agradable día otoñal se esfumaba y el día caía abruptamente, la luz se esfumaba dando paso a la eterna noche de oscuridad que estaba asechando. No sabía en que momento, pero se encontraba corriendo, el hermoso bosque se convirtió en un laberinto de espinas donde espantosos gritos se escuchaban a lo lejos y los árboles tenían rostros macabros.

Roeland corría sin parar, pero como siempre, eso no era suficiente, pues al final él siempre lo atrapaba y encaraba nuevamente a lo que para él ya era el mal en persona...

— No importa cuánto corras, no puedes huir de mí... El camino siempre se acaba.

Esos brillantes ojos amarillos entre la negrura de sus cuencas y sus colmillos sobresaliendo. Roeland cerraba sus ojos, sintiendo como su corazón latía apresurado a punto de salir de su pecho, el frío de la noche parecía ser invisible comparado al calor que su cuerpo emitía con el híbrido a tan escasos metros de él.

— ¿Y quién dijo que yo quería huir?

Y con la maldad brillando en sus ojos, dejó escapar una carcajada vacía, era fría y que heló la columna vertebral del pelirrojo. En un dado movimiento, la mano de Klaus se introdujo en su caja torácica, provocando que un grito ahogado de dolor se atrapara en su garganta, tomando su muñeca para intentar removerla cuando sintió como su mano se internaba entre sus órganos hasta tocar su corazón y envolver sus dedos alrededor de él.

Roeland jadeó una y otra vez, sintiendo como se le estaba yendo la vida con un dolor nunca antes experimentado. Tomaba su mano con desesperación y la rasguñaba, pero sus fuerzas mermaban con cada segundo mientras el híbrido lo disfrutaba con una sonrisa diabólica.

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