**Capitulo 1: ¿Me aman?**

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La noche se cernía sobre la casa mientras mamá y papá sostenían una discusión, algo común en cualquier pareja, pero esta era diferente, pues involucraba el destino de su hijo y su lucha contra lo que consideraban una "enfermedad" o una confusión.

"Sabes, Josh, no estoy segura de que deberíamos enviar a nuestro hijo a un campamento donde seguramente lo lastimarán", expresó mamá con voz cargada de preocupación.

"Mirian, es nuestra última esperanza. Si Eliot no cambia su forma de pensar, nuestro futuro se verá arruinado. Solo imagina las críticas en la iglesia", respondió papá con una mezcla de ansiedad y desesperación.

Intenté intervenir, sugiriendo que el amor era la respuesta. En lugar de enviar a Eliot a ese campamento, ¿por qué no íbamos de vacaciones los tres juntos? Pero papá no estaba dispuesto a ceder.

"Mi respuesta es no. No quiero que Eliot termine viviendo como una mujer y que la gente se burle de nosotros", afirmó con firmeza, agarrando el brazo de mamá.

"No me toques", respondió mamá valientemente, y fue entonces cuando decidí intervenir.

"¡Basta! Por favor, no peleen. Iré a ese campamento si eso es lo que quieren".

Papá respondió con un ultimátum: "El 27 de noviembre te irás".

"Perdón, hijo. Yo solo quería lo mejor para ti", exclamó mamá, visiblemente afectada.

"No te preocupes, madre. Todo saldrá bien. Papá tiene fe en que volveré renovado, y yo espero que se sienta orgulloso de mí", le respondí en un intento de consolarla.

Papá se retiró a descansar, y yo me quedé con mi hermosa madre, quien demostraba una genuina preocupación por mi bienestar.

"Hijo, sé que he apoyado las decisiones de tu papá, pero solo queremos ayudarte a salir de ese mundo", me dijo con ternura.

"No te preocupes, mamá. Intentaré hacer lo que sea necesario. Quizá pueda cambiar y ser el chico 'normal' que desean que sea", le respondí, buscando su aprobación.

"Ve a dormir. Mañana tienes clases y las vacaciones están cerca", me indicó antes de despedirme.

Me retiré a mi habitación, lleno de pensamientos sobre lo que me aguardaba en el futuro. Al día siguiente, fui a la escuela y compartí mis inquietudes con mi amigo Carlos, un joven alto de piel clara y ojos marrones.

Le revelé los planes de mis padres, y Carlos, con una sinceridad reconfortante, me aseguró que ser gay no estaba mal y que él me aceptaba tal como era.

"Sé que eres un buen chico. No eres un delincuente, un acosador o alguien vulgar. Eres un chico de bien", afirmó con convicción.

Sus palabras me hicieron reflexionar. "Lo sé. Desearía que mi papá pudiera verme de esa manera".

Carlos continuó apoyándome. "Amigo, estaré contigo en este viaje, incluso si no soy gay. Como amigo heterosexual, te respaldaré y estaré a tu lado".

Sorprendido por su generosidad, le pregunté: "¿Harías eso por mí? ¿De verdad?"

"Sí, amigo. ¿Qué mal podría ocurrirnos allí? Conseguiré el dinero y empacaré mis cosas para acompañarte. Estaré a tu lado en los momentos más difíciles, incluso si eso significa sufrir contigo", respondió con una sonrisa.

Agradecido por su apoyo, lo abracé casi llorando. "Gracias, Carlos. Te valoro, amigo. Gracias por no dejarme solo en esto".

"No hay problema, amigo. Quizá haya mujeres en ese campamento que se enamoren de mí", bromeó, tratando de aligerar el ambiente.

"Pero en ese campamento habrá personas heridas por el mundo, solo sufrirán más. Aún no sé qué nos depara", le respondí, reflexionando sobre el incierto futuro.

Después de la escuela, regresé a casa, donde las discusiones continuaban. Las tensiones sobre nietos, la familia y mi futuro persistían, y yo me preguntaba por qué me sentía de esta manera. Aunque admiraba la belleza de las chicas, sabía que no eran para mí.

En medio de esta reflexión, recibí una llamada de Carlos en mi celular. Su noticia iluminó mi día: su madre lo había apoyado para acompañarme al campamento.

"¿En serio? ¡Wow! Ahora no me sentiré solo. Gracias, amigo", le respondí con alegría.

Mi ánimo mejoró al saber  que Carlos estaría a mi lado. Solo tenía que esperar que las clases terminaran y que llegara el día del viaje. No lo esperaba con entusiasmo, sino más bien como una inevitable realidad.

Consideré la idea de escapar antes de que llegara el día fatídico, pero pronto comprendí que no era una opción. Decidí aceptar el destino que mis padres habían planeado para mí.

El tiempo pasó, y finalmente llegó el día que temía. Mi padre preparó las maletas y me llevó al punto de partida, donde un autobús me esperaba. Mientras nos acercábamos al destino, me cuestioné si algún día sería "normal", como tanto anhelaban mis padres.

En ese viaje incierto, me enfrentaría a desafíos que jamás habría imaginado. ¿Podría cambiar realmente, o este sacrificio sería en vano? ¿Debería fingir ser alguien que no soy? Mi mente divagó, y me pregunté si lastimaría a las chicas con las que me relacionara. El misterio de lo que me aguardaba en ese campamento me llenó de ansiedad y temor.

"¡Eliot! Ya puedes bajar. Nos vamos", gritó papá desde la puerta, rompiendo mis pensamientos sombríos.

"Ya voy", respondí mientras me dirigía hacia él, listo para enfrentar lo desconocido.

El campamento Homofobia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora