La codicia de los gorriones

234 18 33
                                    


Capítulo I

La codicia de los gorriones

Tokio Japón, año 1920.

Las calles de Asakusa estaban concurridas como era costumbre, algunos transitaban a pie y otros pocos iban transitando en bicicleta. Pese a que la noche ya había caído, todavía había bastantes nipones en la calle, probablemente todo eso se debía a que era un fin de semana y las personas salían a divertirse, dando un sencillo paseo o yendo a algún sitio con amigos, o pareja a divertirse en grande. Entre todos esos individuos, una persona resaltaba entre toda esa aglomeración por sus peculiares rasgos, que fácilmente lo delataban como extranjero. No era muy común ver a extranjeros en Japón, pese a lo abierto que estaba actualmente a Occidente, quizá lo más probable era que estuviera en ese país por negocios o simple turismo; no obstante y contrario a lo que se creía a primeras impresiones, él no estaba ahí para turistear; podría decirse que estaba por un asunto de trabajo, pero por otra parte, tampoco estaba ahí por algo tan serio; era un asunto meramente personal lo que le había llevado a dejar su cómodo estilo de vida en Londres para viajar a Tokio.

El parsimonioso ignoto liberó un suspiro de hastío, estaba arrepintiéndose por no haber acudido al sitio al cual debía ir en auto, hubiese sido mucho más práctico, menos cansado y menos aburrido, mas sus ganas de ver el distrito por la noche fue mayor que su pereza y por ello se había condenado a caminar hasta su destino. No iba a negar que el sacrificio había valido totalmente la pena, ya que Asakusa era hermoso incluso por las noches; anteriormente no tuvo la oportunidad de apreciarlo muy bien, de hecho incluso en el día le fue difícil conocer la zona porque no salía de su residencia temporaria, a menos que fuera estrictamente necesario, puesto que como anteriormente se mencionó, no había ido a hacer un recorrido turístico, la razón por la que estaba en Tokio era por relativos, porque era expresamente obligatorio que estuviera ahí.

—¡Hermano, vaya sorpresa que estés aquí! Juré que no vendrías conociendo tu forma de ser —exclamó sorprendido, un hombre que se aproximó hacia él, esquivando a la indiferente multitud, quienes olímpicamente ignoraban el reencuentro.

El antedicho examinó a su interlocutor con una velocidad increíble, no demoró mucho en identificarlo, por lo cual decidió devolverle el saludo con la misma cordialidad.

—Yo tampoco esperaba encontrarme contigo, pensé que ya estarías allá —comentó, comenzando a caminar junto a él.

—Realmente no, me da cierto miedo llegar y que el Capitán todavía no esté ahí. Ya sabes cómo es Gloxinia, aunque su esposa esté en el lugar, no quita que me da recelo que me intimide con la vista desde la lejanía. Todo por estar en el mismo sitio que Yanmei —admitió, riendo nerviosamente.

No podía evitar entender a su compañero albino. A él tampoco le hacía mucha gracia quedarse a solas con su tía; su abuelo podía llegar a ser bastante molesto cuando se trataba de dejarla a solas con algún hombre, inclusive si se trataba de un consanguíneo; era tan celoso que ignoraba todo lazo sanguíneo y acribillaba con la mirada a todo aquel que estaba con su tía sin consultárselo a él primero.

«Mi hija heredó la belleza de su madre. Es inaudito dejarla a solas con un hombre no digno de mi flor de ciruelo»; eran sus palabras textuales, cada vez que trataba de justificarse.

Su tía ya estaba comprometida. Sin embargo Gloxinia seguía siendo igual de celoso y sobreprotector con ella, lo que era conmovedor y aterrador al mismo tiempo. ¿Cuánto debía amar a su hija para celarla aun con sus nupcias a la vuelta de la esquina? Vaya, que ni siquiera su padre, quien era su mayor orgullo, podía estar exento de los celos de su abuelo.

❝ El gorrión que fue cautivado por un cerezo ❞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora