Capítulo 4

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Me fui por la otra esquina, enojada conmigo misma. ¿Cómo podía haber dicho que sí? Entonces recordé todo lo que había pasado con Pamela: Habíamos ido juntas a la escuela desde la primaria y, a partir de quinto grado, ella comenzó a sentirse celosa de mí porque yo sacaba mejores notas en los exámenes y los chicos comenzaban a ser atraídos físicamente hacia mí. Luego, en la secundaria, era notable la atención que yo llamaba, aunque no la quisiera, y los celos de Pamela empezaron a ser demasiados. Entonces, ella comenzó a producirse más, y empezó a ser más conocida en el colegio. Sinceramente, no me molestaba. Pero para ella no era suficiente, así que comenzó a maltratarme. Siempre tuve más curvas que ella, que es prácticamente plana, mientras que yo tengo bastante busto y trasero, así que todo comenzó por ahi. Empezó a decirme que era gorda, que era horrible, que como podía vivir con mi rostro y mi cuerpo, que como no lloraba al verme al espejo. Y yo, inocentemente, me lo creí. Y los demás comenzaron a reírse, a burlarse también. Era una persona muy sentimental, así que a los dos meses de que esto fuera así, empezé a vomitar lo que comía y a cortarme las venas. Un día hacía demasiado calor. Con la seguridad de que nadie se me acercaba, me quité el buzo, teniendo cuidado de no mostrar mis marcas. Pero Pamela, no me lo hizo tan fácil, y al pasar por enfrente del pizarrón para volver a sentarme, me agarró una muñeca y la levantó frente a toda la clase. Poco pude hacer, porque estaba demasiado débil por la falta de comida y el desangrado, así que mis esfuerzos por soltarme fueron vanos. Todo el mundo los vio, y empezó el maltrato físico. "Suicida", "estúpida", "anoréxica", "inutil" son algunas de las cosas que decían cuando me golpeaban. Estuve todo un año sufriendo de maltrato desde ellos hacia mí, pero tambien de mi a mi misma. Mi depresión llegó al punto de tres intentos de suicidio,  a pasar casi tres semanas de diriguirle la palabra a alguien, y a cicatrices en mis muñecas y piernas que, aún hoy, tres años después, no se borran del todo.

Mi madre me cambió de turno en el colegio, y Pamela también lo hizo. Vino al mismo turno que yo, para asegurarse de hacerme la vida imposible. Y, aunque nunca más hubo maltato, tampoco puedo borrar los recuerdos de mi mente. Me volví una chica fría, cerrada, construí una barrera alrededor mío para asegurarme de que nadie vuelva a lastimarme otra vez. Temperamental, irónica, fuerte, eso soy. Puedo darme cuenta que mi autoestima es demasiado bajo, tengo control sobre mí misma.

Pero ahora llegó Ashton, y  mi oportunidad de molestarla, aunque sea un poco. Nada se compara con lo que ella me hizo, pero digamos que una pequeña venganza no estará mal para hacerle saber que volví renovada. Escucho como suena mi celular. Número desconocido, pero igual contesto.

-¿Hola?

-Hola, hermosa.-Del otro lado del tubo suena la voz de Ashton.- Me pasaron tu número.

-¿Quién fue el idiota que te lo pasó?

-Sh, tranquila, eso no te lo diré. Quería invitarte a salir.

-Ni siquiera llegué a mi casa todavía.

-Lo sé, estoy detrás de tí.

Me di vuelta y ahí estaba, con una sonrisa segura. Sin embargo, no se la devolví.

-Mira, hoy a la noche hay una fiesta. Pensaba ir solo, pero dadas las nuevas circunstancias, es mejor que vengas conmigo, ya que va a estar Pamela.

-¿Es necesario?

-Claro

Me sonrió, y pensé en el tiempo que hacía desde que iba a una fiesta. La última vez fue al comienzo de primer año, y ya voy a cuarto. Y va Pamela...¿que tan mal podría hacerme una fiesta?

-Está bien, ¿a que hora?

-A las ocho

-Pero ya son las cinco, y tengo que comprar ropa, y tardo una hora en volver a mi casa....

-Hagamos esto, Taylor: Te acompaño a comprar la ropa, venís a mi casa a prepararte y te llevo a la fiesta.

Lo dudé, pero, al fin y al cabo, debía hacerlo. Las promesas son promesas, y eso yo lo tengo muy en claro.

-Está bien, vamos.

Y él me sonrió, y cambiamos de rumbo. Fuimos directamente al shopping, dónde, sin vacilar, fui directamente a mi tienda de ropa favorita. Ashton se apoyó en la puerta de un probador, mientras yo elegía algo para ponerme. Rápidamente, agarré un vestido negro, hasta las rodillas, y un par de tacos negros. Nada demasiado llamativo.

-Yo que vos me probaría ése vestido...-Me dice Ashton.

-¿Porque lo haría? Sé que me quedará bien.

-No lo creo...

Sentí cómo la sangre subía hasta mi cara, y lo miré a los ojos, furiosa. Los suyos también me miraban, pero divertidos, cómo si ésta fuera una situación agradable. No lo es, en absoluto.

Lo aparté con mi mano de la puerta del probador, y me metí rápidamente, con el vestido. Iba a probarle que me quedaba bien. Qué estúpido.

Me lo puse, y  vi que se adaptaba perfectamente a mi figura, y que llegaba a la altura a la que debía que llegar. Un pinchazo de satisfacción me llenó el cuerpo.

-¡Me queda bien!- Le grité desde adentro del probador. Empezé a sacarme el vestido, y, cuando ya me lo había sacado por la mitad, la puerta del probador se abre, de manera que yo quedé expuesta en sostén, frente a quién haya abierto la puerta.

MIré, mientras me esforzaba por volver a subir el vestido. Ashton arqueó una ceja, mirándome, sin reparo.

-¡¿Puedes irte?!-Le dije, empujándolo, enojada. De todas las personas frente a las cuales me gustaría estar semidesnuda, Ashton está en los últimos puestos.

-No te enojes, Taylor. Yo solamente quería ver como te quedaba el vestido...-Me dice, desde afuera del probador. Se lo escucha divertido, y a mi, esto no me divierte en absoluto.

Me puse mi ropa, pagué el vestido y seguí con Ashton, aunque sin decir una sola palabra. Luego de un rato de caminar hacia la casa de él, decidió romper el silencio, aunque no de la manera más conveniente para la situación:

-Taylor, no deberías estar enojada. No puedo decir que me disgustó lo que vi, así que, ¿porque molestarse en enojarse? Ahora tienes más oportunidades de acostarte conmigo.

Lo miré con furia, pero él sonreía. Por un segundo, pensé en gritarle que lo odiaba, que era una estupidez todo lo que estaba diciendo y que no quería acostarme con él por nada del mundo, porque me daban lástima las personas vacías de pensamientos inteligentes como él. Sin embargo, no lo hice. A pesar mío, sonreí, y por la garganta me subió una risa estúpida, y los dos terminamos riéndonos a carcajadas en la calle.

Actúa como si me amaras...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora