4 | Regalanos una sonrisa

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Una luz blanca parpadeaba. Era como un foco que se prende y se apaga cada dos segundos: inestable, temblante, medio luz, medio oscuridad.

   Luz.

   Oscuridad.

   Mi visión no podía acostumbrarse a algo así, al menos no fácilmente. ¿Quizás estaba parpadeando sin darme cuenta?

   —Por la ventana.

   Podía escuchar voces... ¿Sería esa la voz de Alá?

   —¿Qué? Pero, ¿ella no debería haber intentado salir por allí?

   —Suponemos que los nervios del momento no le permitieron verla. Aparte no estaba en la habitación, sino dentro del baño y era muy pequeña para que pudiera pasar por allí sin ayuda y en su estado...

   —¿Se recuperará pronto, doctor? ¿Qué secuelas puede tener?

   Las palabras de mi tía y ese hombre que no reconocía se escuchaban completamente distorsionadas en mis oídos, sin embargo, logré entenderlos y el miedo que me invadió el pecho fue enorme.

   ¿Por qué no podía abrir los ojos? ¿Por qué no sentía ninguna extremidad de mi cuerpo?

   Intenté gritar y para mi suerte algo inentendible salió de mi boca y pude oír sus pasos acercándose a mí. Luego de eso, una luz fija y amarillenta encandiló con todo uno de mis iris, para después, pasar al otro.

   —Está reaccionando.

   —¡Bendito sea Alá!

   Casi pude imaginar a mi tía llevándose ambas manos en forma de rezo a la cara y agradeciendo en silencio mi ¿bienestar?

   —No-o no pue-edo... los-los ojos.

   Quise transmitirles mi preocupación para que me dijeran si de verdad había quedado parcialmente ciega o era algo que pasaría pronto.

   —Acabo de revisar tus ojos, Sila. Están bien, no parecen haber sufrido daños severos, pero si los tienes irritados y enrojecidos, eso es lo que no te permite ubicarte bien en los tonos y formas. Pero pasará en unas horas o a más tardar un día. Estarás bien, niña.

   Mis párpados comenzaron a pesar tanto que fui perdiendo los pocos sentidos que tenía activos sin darme cuenta...

✧✦✧

   Ese señor, que en realidad era un doctor, tuvo razón, cerca de las cinco de la tarde despertaron mis dolores y yo. Justo cuando los sedantes dejaron de tener efecto pude sentir mi cuerpo, moví las manos, los pies, el cuello, intenté levantarme para comprobar mi movilidad, sin embargo, lo único que comprobé fue que un ardor casi eléctrico me recorrió por completo y no pude evitar chillar.

   Solo a mí se me ocurría hacer eso.

   Al principio vi cosas inexactas, borrosas, sin color; pero de a poco, las tonalidades hicieron presencia en mi campo visual. Qué bien me sentí allí, hasta había creído que podría quedarme ciega para toda la vida...

   Pude notar en mis brazos marcas y manchas rojizas que me escandalizaron, no me animé a destapar mi cuerpo de la sábana que lo envolvía. Algunas de éstas eran muy extrañas, variaban en texturas: desde lisas a rugosas. Quizá me quedaría con ellas el resto de mi vida, pero era agradecida de decir que aún tenía mucho para vivir... A pesar de todo, yo no quería dejarme vencer.

   Preferí no verlas demasiado porque era como revivir la desesperación que me carcomió encerrada entre tantas llamas y era algo que no me gustaría, ni siquiera, volver a recordar.

Sila [Resubiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora