Cuando cerré la puerta me percaté de la poca iluminación en la habitación. Un solo foco se balanceaba en la mitad del mismo dejando ver —apenas— muchas cajas apiladas desprolijamente, el suelo lleno de polvo, grandes telarañas en las esquinas, sábanas que en algún pasado remoto debieron ser blancas y algunos muebles viejos o rotos. ¿Estaba en el sótano? ¿Había un sótano en la primera planta?
Estornudé a los segundos de entrar y no pensaba en otra cosa que salir de allí, ese sucio rincón no era el indicado para llorar y desahogarme. Así que ya me hallaba a nada de girar el pomo cuando la caída de un objeto retumbó fuertemente detrás de mí y me giré espantada.
Noté un movimiento extraño sobre una caja abierta que estaba encima de otras tres. Debería de haber salido corriendo en ese preciso instante, pero, para lo que creía mi desgracia, la puerta se había cerrado con fuerza y no lograba abrirla.
Me largué a llorar nuevamente tras notar que la cerradura no cedía ante nada y dejé mi espalda apoyada sobre la fría madera antes de abrazarme a mí misma hecha un ovillo.
Tenía miedo.
Demasiado miedo.
No salía de un problema antes de entrar en otro.
Mi vida era eso, problemas...
Yo era un inmenso problema.
Llevé ambas manos a mi cabeza, ya no quería escuchar mis propios pensamientos. Luego de sentir tanto solo deseaba jamás volver a sentir nada... Tan irónico como real.
Un sonido extraño me llamó la atención y levanté la mirada para recorrer visualmente todo lo que había a mi alrededor.
Un par de orejas puntiagudas y felinos ojos amarillos fueron lo primero que vi de un gato de tamaño mediano que sobresalía desde la caja anteriormente desmayada y que tenía fija en mi persona su expresiva mirada. Volvió a maullar y opté por acercarme sigilosamente mientras me secaba las lágrimas con el puño de mi blusa.
Me tranquilizaba un montón que fuera un colado gatito el que estuviera conmigo. Hasta me sentí patética llorando del miedo por ese animalito que ni me había notado.
Agaché la mirada y me puse de cuclillas para apreciarlo mejor. Enseguida abrió la boca dejando salir otro miau, uno casi alegre. Lo acaricié con sutileza sobre la cabeza y él me agradeció frotándose contra mi palma. Una sonrisa tembló en mis labios y de pronto, ya no quería irme.
Era de un tono rubio muy clarito y pude notar leves manchas esparcidas en sus patas. No lograba detallarlo bien, pero me parecía lo más bonito que había visto en días. Intenté tomarlo entre mis brazos, sin embargo, se removió incómodo y salió del cartón despedazado. Noté a unos metros más atrás la rendija rota, seguramente por allí entraba y salía cuanto quería.
En lo que antes debió ser una caja reposaban un montón de papeles y cartas amarillentas, algunas hojas se veían rotas y dañadas por la humedad; y encima de estas yacían un montón de migas esparcidas. Ese chiquillo había traído una barra de pan para comer acá.
No sabía qué llamó mi atención con exactitud. Nada pareció importarme, aparte de la tranqulidad que me transmitía ese momento. Quizá estar ahí con un pequeño gato lamiendo mis pies descalzos y ronroneando era lo que necesitaba para olvidarme un rato del mundo y mis desgracias.
Tomé, sin pensarlo un poco siquiera, la hoja extendida que destacaba junto con las demás. El foco temblaba justo encima de mi cabeza y no sabía si agradecer la luz o temerle ante la idea de que se cayera en mi cabeza. Este lugar era el más abandonado de toda la mansión, ni siquiera lucía como parte de la misma.
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Sila [Resubiendo]
Genç KurguSila tenía dieciséis años cuando presenció la trágica muerte de sus padres. Ese suceso desencadenó que varios secretos inesperados salieran a la luz en el momento más doloroso de su vida. Su tía la acogió en Estambul y le demostró interés, dio má...