Un corazón roto

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Diciembre tan frío recordándole la razón por la que ahora se encuentra envuelto en varias chaquetas cuando solamente caminaba hasta la tienda al otro lado de su calle por cigarrillos.

Maldijo por lo bajo cuando al pasar por el parque, el viento hizo que una capa de nieve varada entre las ramas de un árbol cayera sobre él.

"Maldito invierno" murmuró acelerando el paso. La blanca nieve crujía bajo sus pies, marcando el ritmo de sus pisadas.

Al llegar a la tienda soltó un suspiro feliz por el cambio de temperatura. O por algo más.

"Buenos días, ojos bonitos" le saludó el chico tras el mostrador, siempre con una sonrisa y él se preguntó si valía la pena ir a la tienda sólo por ver la brillante hilera de dientes. Quizá la respuesta era sí.

"Hola" respondió él sacando las manos de sus bolsillos para tomar una cajetilla de cigarros del estante más cercano y caminar hacia el mostrador, siguiendo una rutina tediosa.

"Has tardado esta mañana" mencionó el chico, anotando el valor de la cajetilla en uno de los cuadernos para cobrarle después, mirando tranquilamente hacia la oficina al fondo, sabiendo que la señor McDougal le estaba mirando con intensidad en caso de que decidiera pasar por alto la venta. Y lo sabía, había querido regalárselos en más de una ocasión porque es la única cosa que compra en la tienda.

"No sabía que contaras los minutos incluso" respondió sonriendo de lado antes de guiñar el ojo "No fue mi intención llegar tarde a nuestra cita" le dice con cierto tono de burla mirándolo de manera tan intensa que hace que el joven tras el mostrador se sonroje "Lo compensaré".

"Eso espero" dijo siguiéndole el juego "O tendré que cobrarte las otras cajetillas del bolsillo izquierdo también"

"No hacen falta las amenazas, ojo de halcón" sonrió, siendo esa la única vez en varios días en que lo hacía "Nos vemos luego entonces, adiós" se despidió tomando la caja.

"Adiós..." escuchó el suspiro del chico antes de salir al frío exterior.

Camino a casa una vez más como cada día y cada semana de aquel año desde que se mudó a la ciudad. Nada nuevo, nada interesante.

El edificio lucía vacío y en silencio subió las escaleras de madera que crujían bajo sus pies, sus intentos de ser silencioso fracasando. Cuando finalmente llegó al último piso, el número 863 apareció frente a sus ojos suspira mientras busca sus llaves. El pequeño árbol decorado con luces azules y blancas brillando en una esquina del pasillo cuando la puerta del 865 se abrió.

"Hola" saludó al chico de la puerta contigua y sin esperar respuesta, caminó hacia las escaleras para bajarlas de dos en dos.

Finalmente encontró las llaves.

Al entrar, el olor a huevos y tocino inundó el lugar. Con recelo caminó hasta la cocina para ver a la joven rubia desenvolverse con soltura por su cocina. Carraspeó para llamar su atención desde el umbral y de inmediato los ojos marrones se posaron sobre él. Su ceja se levantó, como signo de pregunta que ella pareció ignorar y rió por lo bajo.

"Bien, creo que es hora de irme" dijo ella antes de continuar con lo suyo. El café pronto liberando su aroma en la estancia.

"Como sea" fue todo lo que dijo él antes de caminar con pesadez hasta el balcón. El frío lo golpeó de nuevo pero no se inmutó esta vez. Se apoyó contra la barandilla como acostumbraba mientras sacaba la cajetilla de su bolsillo junto a su encendedor. Sacó el cigarrillo con parsimonia y lo encendió con la gracia adquirida luego de años de práctica.

Terminó su tercer cigarro cuando escuchó la puerta principal cerrarse y luego el silencio.

Entró al departamento, ahora vacío, y sus ojos cansados se posaron sobre el plato con huevos revueltos y tocino junto a la taza de café sobre la mesa. Negó por costumbre y decidió sentarse a tomar un desayuno decente en mucho tiempo, o al menos así lo cree, porque una cajetilla de cigarros y café no podría considerarse un desayuno en ningún sentido.

Encuéntrame (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora