© [ P a r t e ú n i c a ]

4.9K 550 180
                                    

ᶠᵒᶰᵈᵒ ᵉᶰ ᶰᵉᵍʳᵒ


La piel de su maestro era suave.

Sentía como el cuerpo del blondo se estremecía debajo suyo.

Para Shigeo era algo inefable. Jamás había visto aquel hombre con un aspecto tan etéreo como en ese momento. Sentía sus mejillas calentarse lentamente por la reacción del contrario ante su toque.

Apretó más su agarre.

Un sonido abrupto salió de los labios del mayor, mientras que tomaba ambos brazos del peli negro con sus escasas fuerzas. Los ojos de Arataka empezaban a nublarse por las lágrimas que amenazaban en salir.

Su pequeña anatomía tembló al escucharlo y sentirlo.

El cuello de su maestro era suave.

Sus pulmones gritaban por aire. Se ahogaba; su tráquea completamente bloqueada. No podía respirar, por ende no podía ni gritar por ayuda. Su angustia hizo que soltara arañazos por las manos y brazos de Shigeo con la esperanza de que aflojara su agarre. Pero solo hizo que apretara aún más su garganta y aparecieran puntos negros en su visión. En este punto, su boca estaba abierto de par en par, con un intento de tomar aire cuando un hilo de saliva se deslizó a un costado.

Un pequeño gemido se escapó de los labios del menor. Ver a su maestro así de vulnerable lo emocionaba de una manera inimaginable. Deseaba que ese momento fuera sempiterno para apreciarlo aún más. Sus oídos escuchaban palabras inconexas del contrario; lo ignoró por completo.

Se inclinó más de lo que estaba para poder lamer la saliva derramada del mayor, aquel acto lo hizo estremecer aún más a este último. Negaba con un movimiento de cabeza, víctima de una desesperación inconmensurable. Hasta que finalmente sus pupilas por inconsciencia miraban arriba a más no poder, sus movimientos cesaron.

El único sonido de su desesperación se habían esfumado por completo; dejando el lugar en un silencio casi palpable. La respiración irregular del Kageyama era lo único presente ante aquel mundo consumido en la oscuridad infinita.

Literalmente.

Sus ojos se abrieron ante el pitido de su alarma. Contempló el techo de su habitación, tratando de comprender lo recién sucedido. Su corazón dio un vuelco al entender que aquel escenario junto a su maestro había sido solamente un sueño. Apagó la alarma al tener el uso de la razón totalmente despierto. Se sentó en su futón en un completo silencio abrumador.

Se dio cuenta de que Ekubo no se encontraba en su habitación. Estaba bien con eso; con tal de que no supiera de que tenía una erección escondida en sus pantalones de pijama.

No era la primera vez que sucedía. Sus sueños últimamente habían sido así de extraños, tratándose de él mismo asesinando a su maestro con sus propias manos. Y estaba mal, era totalmente consciente. Pero se preguntaba el por qué lo disfrutaba.

Él lo amaba, adoraba aquel blondo con todo su—no tan—inocente corazón. Pero aquel sentimiento de acabar con su vida lo emocionaba a tal punto que ya era adicto a ese macabro acto de homicidio. Se sentía culpable por haber pensado cosas así sobre ese hombre mientras se masturbaba a escondidas; entre esas cuatro paredes de su habitación.

Se levantó para ir directamente hacia el baño a darse una ducha fría. Pero el sonido de su celular junto a su vibración llamó su atención. Tomó la llamada al leer el nombre del otro lado de la línea. Una sonrisa imperceptible se hizo presente en sus ascendrados rasgos.

— Maestro, le pedí que dejara de llamarme tan de repente.

© D r e a m s   [ MobRei ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora