3. Delacroix

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Por MichellBF

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Por MichellBF


Roma, 1982.

«Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor... pero el mayor de ellos es el amor».

1 Corintios, 13:13.

Las palabras adornaron la lápida de mármol en la cumbre del sepulcro. La tierra recién removida se perdía entre las tantas flores que se dejaron de todos colores, frescas, diversas y alegres como la sonrisa de la niña cuyo retrato descansaba justo a un lado. Fue aquella niña de cabello castaño y ojos oscuros, una versión joven de la mujer que, en sollozos, acompañaba su retrato; la madre vestía de negro para mostrar su luto, ocultaba sus ojos con lentes oscuros y mantenía un pañuelo blanco entre sus pálidas manos.

La familia Delacroix era pequeña, contados miembros que no alcanzaban a ocupar los dedos de ambas manos, pero tan reducida familia atrajo a un gran número de personas que acompañaron la sepultura hasta el último segundo, recitando plegarias por el alma de la niña y ofreciendo consuelo. Cuando todos se fueron, los Delacroix liberaron un suspiro acorde y la fachada de seres inquebrantables se desmoronó en instantes. La madre de la niña se derrumbó a un lado de la tumba; las emociones escaparon a través de su llanto, exigía respuestas y luego rogaba para que su hija se levantara de donde dormía. Fue su hermano quien la consoló y, con dolor, le hizo saber que no despertaría.

—Por favor, hermano, llévame a casa, mi niña me está esperando.

—Leia... ella se ha ido.

—Mi niña no se ha ido. —Una sonrisa nerviosa apareció en sus labios—. Ella está en la casa, jugando y esperando mi regreso. Llévame con ella.

El hermano se limitó a mirar hacia otro lado. Él mismo enfrentaba una lucha interna y, en ese momento, alejarse resultó ser su única salida.

—Hermano —llamó Leia desde el suelo con voz desconsolada.

Vio a su hermano alejarse tanto que lo perdió de vista. Había dejado el cementerio y a ella con su dolor. Leia sollozó, sintió su cabeza quebrarse en dos cuando se debatió entre la fantasía, que era aquello que quería, y la realidad que representaba lo que se negaba a aceptar. Frustrada, vio hacia la tumba, el nombre de su hija resaltó en la lápida.

—No puede ser posible.

Una joven de estatura no muy alta y tez pálida se arrodilló junto a ella para abrazarla desde atrás, su cabello castaño resbaló por encima de su hombro hasta alcanzar el de Leia, quien, al sentir el aroma familiar, se giró a responder al abrazo antes de alejarse lo suficiente, buscando sus ojos.

Escuadrón de Héroes: InvasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora