Capítulo 7

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"El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir". Sócrates (470 AC-399 AC) Filósofo griego.


—¡Bajad de la grada! Este pueblo desea conocer a tan peculiar luchadora... —ordenó el gobernador disimulando delante de todos los presentes.

     Rufus Lulianus no podía estar más contento, se iban a quitar de en medio a esa mujer y nadie sospecharía nada. La muerte de la gladiadora pasaría desapercibida como una de las tantas que a lo largo del año se producían en la arena del anfiteatro y sería olvidada a los pocos días, en cuanto se organizase el siguiente enfrentamiento. Aunque últimamente, los lanistas eran reacios a que sus luchadores perdieran la vida. El dinero y el tiempo en formar a uno de esos hombres obligaba a que, casi siempre se perdonara la vida del perdedor, práctica que a él no le gustaba pero que todo el mundo debía acatar. Últimamente escaseaba el número de buenos gladiadores.

Paulina asintió con la cabeza y cuando hizo el intento de pasar por el pasillo de la grada, su mirada se topó con la preocupación del rostro de Amaranta. La mujer no comprendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, pero ella sí. El curator  había puesto en sobre aviso al gobernador de su presencia, la pregunta era por qué, cuestión que iba a averiguar ella en cuanto lo tuviera en frente. Había puesto demasiado empeño en que luchase y si pensaban que se iba a dejar matar, se iban a llevar una sorpresa.

     Los espectadores retiraban sus piernas para dejar paso a la gladiadora que avanzaba hacia la grada del gobernador. La mitad de la población de Augusta Emérita había sentido hablar de la exploradora que había llegado a la ciudad y su presencia allí no había pasado desapercibida en cuanto empezó a realizar preguntas indiscretas. Pero lo que no sabían es que esa mujer que pertenecía a la gloriosa Legión romana, había sido gladiadora en otros tiempos. Y si había algo que entusiasmara al público era una atracción que no se esperaban. Nunca habían visto luchar a una mujer y encima, contra un hombre.

     Conforme Paulina pasaba por el pasillo, la gente la animaba y la vitoreaba, en especial desde las gradas superiores donde se encontraban la gran mayoría de las mujeres presentes en el anfiteatro.

—¡Ánimo guapa! Dale su merecido... —dijo una de ellas levantándose mientras gritaba—... ¡Córtale los huevos!

—¡Eso!, que se vaya de aquí sin ellos... —dijo otra que se levantó también con el puño en alto y haciendo el gesto de que llevaba las partes pudientes del hombre en la mano, hecho que arrancó las carcajadas del público asistente que alcanzó a escuchar los comentarios de ambas mujeres.

     En cuanto la joven llegó a la altura de la tribuna del gobernador, bajó con cuidado por el pasillo que conducía a la arena y una vez que accedió, varios pares de ojos se quedaron mirándola. Los gladiadores que iban a luchar no estaban muy conformes con la decisión del gobernador, no les habían contratado para matar mujeres. Otro hombre, que seguramente era el lanista, avanzó y se acercó en seguida al lugar donde estaban sus luchadores y la mujer pero antes de que consiguiese llegar, Paulina se dirigió al gobernador.

——¡Señor! Es un honor para mí luchar contra estos valerosos campeones.

—¡Señor gobernador! —dijo el lanista que llegaba en ese preciso momento—. Si me disculpa, solo quería hacerle constar que mis hombres no acostumbran a luchar con mujeres.

—¿Y se puede saber por qué? —preguntó Décimo Valerio repentinamente enojado—. ¿Acaso les asusta una mujer?

El comentario sacó las carcajadas de los presentes y aunque el único propósito del gobernador había sido intentar ridiculizar a los luchadores, el lanista insistió saliendo en defensa de sus hombres y de la mujer.

EMÉRITA AUGUSTA @ 4 SAGA CIUDADES ROMANAS (COMPLETA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora