Capítulo 9

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"El bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás". Aldous Huxley (1894-1963) Novelista, ensayista y poeta inglés.


Quería salir de las brumas del sueño que extendía sus hilos intentando amarrarlo en esa parte de la inconsciencia donde no era capaz de tener voluntad propia. Su cuerpo se movía inquieto intentando despejarse de esa bruma que le anulaba el juicio. Era vital que despertara, tenía que hacer algo sin saber qué. Algo importante sucedía y su cuerpo junto con su mente no respondía.

     De repente, dos diosas aparecieron en su sueño, Febris se enfrentaba a Morta, una de las tres Parcas. Cada una de las diosas estaba sujeta con dos fuertes sogas a la muñeca de una mujer que hincada de rodillas en el suelo intentaba soltarse inútilmente. Febris preocupada por la suerte de la infeliz, suplicaba porque Morta no cortara el hilo de vida de la mujer. Clemente asistía como un mero espectador a aquel espectáculo pero ¿por qué? A él no le importaba para nada ni la desafortunada caída en desgracia de la mujer arrodillada ni lo que pudieran hacer aquellas dos diosas, entonces, ¿qué hacía él allí? Era totalmente absurdo.

—¡Nooo...! —gritaba Febris suplicando mientras la condenada lloraba desesperada—. ¡Soltadla!

     En ese momento, Morta abrió su mano y la soga que la ataba al brazo de la mujer se liberó de su dominio mientras desaparecía. La mujer consiguió levantarse lentamente mientras el llanto desgarrado de su cuerpo buscaba el consuelo de Febris. Su profundo lamento era tal, que se clavaba en Clemente como afiladas espinas de un rosal causándole una profunda pena. Y él jamás había sentido ese tipo de pesar por nadie. La joven agradecida se abrazó fuertemente a la diosa y Clemente pudo ver en ese momento su cara bañada en lágrimas. Un quejido de sorpresa salió de su cuerpo lo suficientemente alto para que la mujer volviera el rostro hacia hacia él y le observara fijamente. Su corazón se quedó paralizado, era Paulina la que suplicaba a la diosa para que se llevara su fiebre dándole las gracias por su libración y él impotente había asistido al juicio siendo testigo mudo de todo.

—¡No, no, no...! —gritó Clemente despertándose del sueño mientras se incorporaba.

     Desorientado el soldado miró hacia la oscuridad. Fue consciente de su respiración intranquila fruto de la pesadilla y del sudor que perlaba su frente. A su mente acudieron en ese momento los recuerdos y la conciencia del lugar donde se encontraba, estaba tumbado en el suelo junto a Paulina. Cuidaba de ella. Moviendo con delicadeza sus dedos tocó el cuerpo femenino hasta llegar a la joven, y bajó su mano apretando la de ella. Aliviado suspiró al comprender que seguía viva, su cuerpo permanecía caliente. La Parca no había tenido éxito en su empresa, no lograría llevársela así tuviese él que luchar contra ella o con todos los dioses oscuros del más allá.

     Clemente no conseguía ver nada puesto que la leña se había quemado y la oscuridad había vuelto a hacer presencia en el barracón. Así que decidió que lo primero que tenía que hacer era encender el horno y comprobar el estado de Paulina. Su estómago rugió en ese momento señalándole que también debía comer algo si quería mantener las fuerzas.

     Girando hacia la izquierda, apoyó las manos en el suelo y se puso de rodillas, era más fácil levantarse en esa posición. Cuando consiguió izarse del suelo un crujido de su pierna se sintió en el silencio de la noche, cojeando llegó hasta el lugar donde se suponía que debía hallarse la mesa. Su mano no llegó nunca a tocarla pues su pie chocó con algo provocando que tropezara con el mueble y casi se callera encima.

—¡Mierda! —se quejó Clemente mientras se tocaba la rodilla mala que se acababa de golpear provocándole un tormento insoportable.

     Cuando consiguió respirar tranquilo y recuperarse del dolor, alcanzó la puerta y la abrió permitiendo que la luz inundara el barracón. Deslumbrado observó que había amanecido y que los soldados trabajaban ajenos a todo, la vida continuaba en aquel pequeño campamento. Acostumbrándose a la luz salió del barracón, se volvió hacia el lugar donde se guardaba la leña apilada y cogiendo varios troncos, entró en el lugar nuevamente. En unos pocos minutos la luz invadía de nuevo la estancia, proporcionando calidez y luminosidad suficiente para poder observa el cuerpo de Paulina. La joven yacía boca abajo, ajena a todo. Necesitaba acostarla en su lecho nuevamente, no estando él a su lado no le podía proporcionar el calor que necesitaba, corría el riesgo de que se enfriase demasiado y su estado se agravara. Pero aquello iba a ser más difícil de lo que imaginaba, la joven estaba envuelta en fiebre pero tampoco podía dejar que se helase por completo.

EMÉRITA AUGUSTA @ 4 SAGA CIUDADES ROMANAS (COMPLETA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora