Rubio Platino {Dramione}

final

Toda historia tiene un final

— ¿Quieres un té? — Hermione se asoma, casi balanceándose, por el marco de la puerta. Se ríe por dentro al ver como Draco se sobresalta y arruga levemente las hojas de su ejemplar de El Profeta.

— Está bien — Draco le sonríe. Hermione se desplaza por la habitación hacia él y deposita un pequeño beso en sus labios. Casto pero dulce. Draco la retiene sosteniéndola por la cintura, profundizando el beso. Hermione sonríe en medio de aquella muestra de cariño, y para que la suelte, le muerde el labio juguetonamente. Él dice odiar eso —. ¡Ay!

Hermione se levanta de un salto y se ríe, corriendo hacía la cocina. Aunque Draco no puede verla ya, sonríe como una niña y se apresura en preparar dos tazas de té.

Está contenta. No solo en aquella mañana fresca de marzo, si no, todos los días. Desde que él está en su vida. Estar con Draco no había sido fácil. Habían pasado unos cuantos años, desde que se armó de valor para hablarle un día en King Cross, cuando él parecía tener la misma intención y ambos habían ido a recoger a sus hijos.

No dejaron a sus respectivos conyúges de un día para el otro. Primero habían sido amigos, no habría durado mucho de todas formas; los sentimientos nunca se habían ido. Había sido un largo y tortuoso camino, pero ahí estaban. Los años de juventud habían quedado atrás, Draco ya tenía unas notables entradas y Hermione unas pequeñas arrugas al costado de los ojos. Hermione solía decirle que era por culpa suya, por hacerla reírse tanto.

Definitivamente todo estaba bien, y en paz.

— ¿Cuántos terrones de azúcar quieres? — grita Hermione desde la cocina, más por costumbre que otra cosa. Porque ella sabe muy bien como toma el té Draco, y sin darle tiempo a responder, ella misma sigue hablando —. Déjalo, ya le he puesto dos.

Draco no responde y ella revuelve el té tranquila. Su madre siempre la había dicho que hay cosas inevitables, que el destino está escrito y no puede cambiarse.

Draco era su destino.

Definitivamente todo estaba bien.