He existido en un continuo devenir errante, marcado por trivialidades y diatribas que autosabotean los anhelos de mi ser.
Todo ha sido un gran drama, yendo de un vacío a otro.
Imaginé un par de alas en mi espalda y traté de escapar de todo camino que me condujera hacía mi destrucción.
Pero era el destino, no importa cuánto te alejes de el, terminará alcanzando tus pasos, haciéndote caer aún más bajo, por venganza, por odio, por placer.
Llegué a disfrutar de aquel dolor y, se había convertido en un sentir constante, esperaba con ansías la venida de alguna tragedia para que mi alma se sintiera completa. Me excitaba esa sensación de asfixia que traía a mí el universo, el destino, Dios. Era mi castigo, no sabía el porqué, pero me encantaba.
Ni siquiera buscaba la indulgencia por mis pecados, sólo acepté la sentencia.
Muy dentro de mí, sabía que me lo merecía. Todo pecado debía ser castigado sin misericordia alguna. Llovían mis lágrimas, sangre corría por mis brazos, mis huesos se trituraban, mi carne se podría y mi alma se desvanecía. El aire se volvía más pesado, me jalaba hacía el suelo y de rodillas en segundos me encontraba. Destruido, roto, muerto.
Y volvía a vivir para repetirlo todo.
La peor venganza de Dios, no fue terminar con mi existencia terrenal de alguna forma totalmente horrorosa, porque sabía que había encontrado el placer dentro de sus castigos, el lo sabe todo.
Sólo cesó, dejó de existir el verdugo.
Se había marchado con el dolor, me había dejado solo, sin aquella sensación tan acogedora, tan exquisita, tan placentera.
Yacía entre espinas, pero ahora de entre las espinas comenzaron a crecer flores... que no morían, seguían creciendo.
Despertaba cada mañana, con la esperanza de que algo confabulara en mi contra, que mi sentencia continuara, pero sólo seguía vivo.
En medio de las flores, el sol brillaba y calentaba mi cuerpo. Cerré los ojos y comencé a existir.
La noche había sido larga, era el momento de vivir el alba eterna.
Las margaritas formaban un camino, decidí seguirlo.
Ante mis ojos se mostraba un un ángel, no, no lo era, pero era lo más parecida a uno. ¿Qué hacía un ángel ante mí?
Se acercó y a mi oído susurró, "es momento de vivir". Tomó mi mano y caminó junto a mí.
¿Era esto un regalo del altísimo?
¿A caso esto era un engaño?
De rodillas y con las manos extendidas hacía la ciudad de plata.
Levanté mi voz tan fuerte para llegar a sus oídos.
¡Dios! ¿Por qué me haces esto? ¿Qué haces con mi vida? ¿Por qué me castigas y luego me das la dicha de un amor y la vida? ¿Por qué...? Por favor. Mi voz ya no podía más, me ahogaba con mi llanto ¡Padre! ¿Por qué?
Las nubes con miedo se marcharon, las aves se escondieron y una luz tan brillante como el sol iluminó todo a mi alrededor.
Cómo un trueno, escuché su voz.
Hijo, yo no he atentado en tu contra.
Cada castigo, cada lágrima, cada gota de sangre que hayas derramando fue creada por ti. Por tu sentimiento de culpa, deseabas ser castigado. Por eso tropezabas contigo mismo por cada paso que dabas.
Fuiste tu propios verdugo, sé lo que hiciste para creer merecer vivir una condena, lo sé todo.
Ante tal atrocidad. Decidí guiarte por otro sendero, sentía lástima por ti.
Sólo disfruta de mi regalo.
Vive, ríe, ama y sé libre de toda culpa...
Su voz era como un trueno, pero tan cálida a la vez.
Bajé mis manos y postre mi frente en el suelo.
¡Gracias! ¡Gracias! Mis lágrimas se fueron al igual que la luz que me rodeaba.
Viví, viví y fui feliz.
Me sentía vivo junto a ella, le dí mi luz, mi pasión, le entregué mi alma. Mi mundo giraba a su alrededor.
Pasaron los día, los meses, los años y ella se había convertido en mi alma.
Una noche ella se acercó a mí.
Su voz era tan espectral, "Sé que me amas y que no hay nada más en este mundo para ti que no sea yo. Pero ya no puedo seguir come esto, tú no significas lo mismo para mí".
Caía en un gran vacío otra vez, sentí un gran dolor en el pecho. ¿Qué hice?
"¿Creías que Dios jamás me iba a contar todo lo que habías hecho? Yo jamás te amé y si por un segundo pensaste que lo hice, maldigo el momento en el que lo creíste. Estoy embarazada y no fuí fecundada por ti, me dabas asco. Sólo estaba contigo para cumplir el deber del altísimo.
Yo quería un bebé y él quería alguien que entre en tu vida. Maldito infeliz, ahora que por fin podré tener un bebé, me iré. Anhelaba el momento en el que me alejen de ti,espero mueras, pero antes de eso quiero que sufras, que sufras. Infeliz, Adiós".
Esas fueron sus últimas palabras antes de que se marchara.
Destroce su cuello con un cuchillo, arranqué los ojos que creía me veían con amor, corté la lengua que me profesaba amor, quemé las manos que me tocaban con dulzura. Abrí su vientre y la desprendí del fruto del espíritu Santo.
Lo manche, lo hice mío, lo hice tan mío como lo fue su madre, en mis manos yacía tan exquisito, lleno de sangre y destrozado. Comencé a devorarlo. Tenía un sabor tan espectacular.
Entre tripas y sangre me arrodille y maldije a los cielos.
Maldije a todo lo vivo, maldije a Dios.
Tomé el cuchillo con el que había terminado con la vida de mi amor, lo tomé con las manos firmes y lo clavé con fuerza y sin miedo en mi corazón.
Sentía como mi corazón dejaba le latir, como mi alma se iba desprendiendo de mi ser.
Ya no era mas que un cascarón vacío...todo comenzó a oscurecer, me estaba yendo.
No sabía qué iba a ser de mi alma, pero no me arrepiento de nada.
"Pobre infeliz, creías que habías sido testigo de la caridad celeste de mi divino ser. El castigo jamás terminó, ¿porqué habría de perdonar a una repugnante alma como lo tuya? Crees que el castigo ha acabado con tu muerte? No hay perdón para los que atentan contra mí, debías de sufrir y seguir sufriendo. Pero acabaste con la vida de uno de mis milagros y luego para escapar cobardemente acabaste con tu vida, me das asco.
El castigo no acaba, jamás acaba...
Ahora vive y vuelve a morir"