Capítulo 3

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Antonio cerró la puerta de su apartamento y dejó caer su espalda contra esta. Sus ojos permanecieron fijos en el techo por lo que parecieron horas. Había sido divertido pasar parte de la noche junto a Lovino, charlando y compartiendo datos más o menos relevantes.

Cerró sus ojos y resbaló hasta que notó el suelo, sentándose allí mismo. El mismo pensamiento revoloteaba en su cabeza sin dejar de repetirse una y otra vez. Aquella sensación con Lovino había sido algo agradable. Estaba entre la línea amistosa y romántica, seguramente en la física también. Eran sensaciones conocidas pero de otra forma.

Decidió no darle más vueltas e ir a su habitación. Necesitaba descansar.

No obstante, mantuvo la vista en su teléfono sobre la mesilla, esperando a un mensaje, aunque no estaba seguro de por qué.

Se despertó tarde aquella mañana. No le dio mucha importancia, ya que era domingo. Dio otra media vuelta en cama y se dejó quedar.

Al cabo de unos minutos, observó el reloj con ojos entrecerrados y se incorporó lentamente. Se estiró del todo y salió de la cama para ir a la cocina. Empezaba a acostumbrarse a estar soltero, al despertarse sin alguien que le deseara los buenos días.

Podía notarse el comienzo de la temporada fría en aquella mañana. De todas formas, era casi noviembre.

Preparó un café y fue a buscar su teléfono móvil. No había mensajes aun. Dudó por unos segundos, preguntándose si debía o no hablarle a Lovino. Dejó el móvil en la mesa y fue a recoger el café. Debía darse algo de prisa si quería terminar de corregir los exámenes para el día siguiente. Esa tarde iba a estar ocupado.

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Antonio tomó aire antes de llamar a la puerta. Uno de sus mejores amigo abrió con una sonrisa amable. Tenía el pelo rubio ligeramente ondulado y recogido en una pequeña coleta alta, tono que encajaba con la barba de una o dos semanas que tenía.

–Querido Toni. Pensaba que no ibas a venir– Le dijo entre amable y coqueto, el tono que solía utilizar incluso con sus amigos.

–Lo siento, Francis. El tráfico era horrible.

Antonio dejó la cazadora en el pequeño armario de la entrada mientras su amigo se dirigía hacia el salón donde el tercero de los allí presentes les esperaba sentado.

–Llegas tarde– Le repitió el otro amigo, el cual tenía en sus manos lo que de lejos parecía una cerveza–. Te estabas perdiendo mis asombrosas historias.

–El tráfico– Antonio usó de nuevo la misma excusa, sentándose en la butaca en lugar del sofá, acto que sorprendió al llamado Francis. No era habitual que su amigo guardara las distancias.

–¿Quieres algo de beber?

–No, no, gracias. Estoy bien– Antonio respondió, dando una sonrisa como última palabra.

El francés se sentó al lado del tercero, el cual tenía la piel pálida y el pelo prácticamente blanco debido a cierto grado de albinismo.

–Gilbert me estaba contando la historia de cómo lo echaron del trabajo.

–¿Te han despedido?– Antonio alzó las cejas, observando al susodicho, quien se encogió de hombros con una mueca, quitándole importancia.

–Pues sí. Esos mustios no sabían lo que se perdían. Tampoco es que hubiera hecho algo tan malo. Yo estaba en mi puesto, cuando un cliente entró y me pidió algo increíblemente extraño.

Antonio puso los ojos en blanco durante un rato. Ahora sentía más presión que antes respecto a contarles a sus dos amigos sobre su orientación sexual. No quería restarle importancia al tema de Gilbert. ¡Qué le habían echado del trabajo! Y Antonio pensando en sus propias tonterías.

No preguntaré y tú tampocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora