Capítulo 16. Cena de dos

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—Joder, qué bueno está esto.

Inés sonrió con complicidad, viendo como Irene se cubría la boca al masticar sin dejar de mirar la comida que esperaba sobre aquella mesa improvisada en que convirtieron la mesita del salón. Había sido un día duro, una vuelta a la rutina accidentada que esa cena repentina intentaba amainar. Le había sorprendido su llamada, aún más sus palabras, pero debía admitir que había estado esperando aquel encuentro desde su regreso a Madrid.

La observó en silencio, viendo sus gestos, fijándose en su moño algo desecho, esa camiseta ancha y los leggings de andar por casa que solo ella podría lucir con cierta dignidad. Se fijó también en su rostro, en el cansancio difuminado bajo los ojos incapaz de opacar aquella sonrisa que iluminaba su mirada, en la línea de la mandíbula marcada al masticar contrastando con la suavidad de aquellos labios que acariciaban cada bocado con cuidado.

Suspiró, bajó la mirada resignada, todo aquello parecía una locura, un juego peligroso y adictivo que empezaba a descontrolarse. Hacía ya semanas, meses, que dejó de entender lo que le sucedía, en realidad nunca comprendió lo que le pasaba al tenerla cerca. No importaba cuantas veces hubiera intentado negarlo, cuantas hubiera jugado a esconder y maquillar aquella realidad tratando de ignorar la atracción que ejercía su mirada, aquella fuerza invisible que la atrapaba cada vez que veía su sonrisa. Se sentía perdida, expuesta, pisando a ciegas un suelo que en cualquier momento cedería a sus pasos, y aun así quería seguir avanzando, seguir caminando y ver qué había más allá. Se sentía valiente a pesar del temor y la inseguridad que abrazaban sus entrañas, estaba aterrada, pero no podía evitar esa sensación, esas ganas de seguir jugando.

Todo a su alrededor parecía inseguro, todo su mundo se mostraba inestable, gobernado por los cambios y la pérdida de control. Inés veía como sus esquemas se desmoronaban, lo que creía inequívoco se tornaba ambiguo y en medio de todo ese caos Irene no parecía algo tan descabellado.

—No sabía que te gustaba tanto el sushi —contestó, viendo su cara de sorpresa.

—¿Estás de coña? Llevo meses sin poder comer esto —dijo Irene sin ocultar aquella sonrisa satisfecha. Inés se rió al ver su expresión.

—Con estas pintas de perroflauta que llevas hoy te hacía más de hamburguesa y birra —soltó con sorna, Irene sé apoyó con el brazo sobre el sofá para inclinarse hacia ella.

—¿Por eso has traído todas estas latas? —contestó mirándola fijamente, sin que Inés apartara tampoco su mirada— ¿Quieres emborracharme?

—Idiota, las tuyas son sin alcohol —replicó golpeando sin pensar el muslo de Irene, quién bajó la mirada al sentir el gesto, sin apartarse. Ambas se quedaron quietas un instante, alargando un contacto que ninguna esperaba, que ninguna rechazó. Inés parpadeó nerviosa, notando el rubor pintar sus mejillas ante su propio descaro— Perdona...

—Está bien —se limitó a decir Irene sin levantar la vista, colocando su mano encima para que no la apartara aún, apretando sus dedos.

Un silencio inquieto ocupó aquel sofá, no eran tan ingenuas como para creer que no estaba sucediendo nada, para seguir ignorando aquella tensión entre ellas, aquella sensación casi eléctrica que recorría su cuerpo al menor contacto. Inés buscó sus ojos, queriendo descifrar aquel gesto, tratando de encontrar las palabras escondidas detrás de las excusas, detrás de todas las mentiras que se habían repetido para no tener que nombrar aquella realidad aún incomoda, casi ajena. Irene seguía con la mirada gacha, sin querer afrontar la situación, sin poder mirarla y fingir que aquello no era nada, que entre ellas no pasaba nada. No, no podía. Todo lo que rodeaba a Inés acababa siendo algo demasiado confuso, algo que se escapaba a toda lógica. Inés era algo extraordinario, algo que alteraba sus esquemas y se escapaba a su control. No podía anticipar, no podía comprender por qué se sentía así con ella y eso a veces la asustaba y atraía más de lo que podría aceptar.

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