Capítulo 12. Tarta de chocolate

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Llegó a su despacho casi sin aire, con la urgencia y la necesidad de advertirle sobre lo que acababa de suceder, de refugiarse en la acción e intentar así diluir aquella impotencia y cabreo que sentía. No podía callar ante la evidencia de lo que había estado denunciando tantos años, tenía que actuar y plantar cara a tal despropósito, toda su vida había luchado y enfrentado esa idea del estado opresor y corrupto, una realidad para ella injusta que quería cambiar. Creía en la democracia, creía en una sociedad más justa, menos perniciosa ante el débil y lo que acababa de ver no era más que otra de las caras de un sistema que jamás hizo limpio, uno que se esmeraba en mostrarle siempre su faceta más hostil.

Avanzó tan rápido como le permitían sus piernas, caminó aquel trayecto en apenas minutos, tratando de asimilarlo todo aún incrédula, con su mente pensando, cuestionando, analizando cada detalle de lo vivido. Al llegar abrió la puerta sin reparo, segura, sabía que él estaba allí y avanzó ante su mirada de desconcierto.

—¿Todo bien? —preguntó con un deje de preocupación, alarmado al verla entrar tan acelerada. Irene se sentó en la silla frente al escritorio de madera que presidia aquel despacho tan familiar.

—Nos la están jugando, Pablo —dijo con la voz entrecortada, cogiendo aire a bocanadas, enfadada— A...Acabo de escucharles, todo es un plan... ¡Es una jodida estrategia!

Pablo la miró serio, no estaba entendiendo nada, pero algunas de las palabras que logró escuchar le congelaron el gesto. Irene le miró con intensidad, viendo como Pablo se cortaba un poco y se movía incomodo en su silla.

—Irene, poco a poco... ¿De qué hablas? No me entero.

—Tienes razón, a ver... —aceptó Irene, cerró los ojos se serenó y volvió a arrancar con su discurso— He visto a Pedro Sánchez hablando con Rivera, el PSOE formará Gobierno con Podemos, pero luego van a soltar mierda contra nosotros, van a usarnos para no sé qué plan. Está metida casa Real, esto es gordo, quieren orden, Pablo, el puto orden.

Pablo la miró descolocado, no esperaba aquello, no asimilaba toda aquella nueva información de golpe, soltada a bocajarro. Irene enseguida notó que aquello no iba bien.

—¿Insinúas que Pedro nos la está jugando? —preguntó él con la voz temblorosa, mirándole fijamente a los ojos. Irene asintió, devolviendo la mirada, viendo el enfado que encendía los ojos castaños de quien fuera su pareja.

—No es nada personal —aseguró Irene, intentando calmarle. Le conocía, podía ver aquel orgullo herido, aquella cabezonería con la que tantas veces topó.

—Claro que no... —ironizó— No me lo puedo creer...Irene, no me esperaba algo así de ti.

—Ui, no... No vayas por aquí... —le advirtió ella enfatizando con el gesto de su mano, negando con el dedo— Esto que te digo es serio.

—Tú y yo lo hablamos hace nada, pensé que lo habíamos dejado y estábamos bien —hablaba Pablo sin apenas mirarla, nervioso y visiblemente molesto— ¿Qué es esto? ¿Qué intentas ahora?

—Pablo... Te estás equivocando —dijo Irene muy lentamente, mirándole fijamente mientras sentía las ganas de gritarle y salir de allí— Esto no tiene nada que ver con lo que nos haya pasado a nosotros...

—Joder Irene. ¿No te das cuenta? ¿Te has escuchado? —saltó interrumpiéndola, poniéndose en pie, imponiéndose físicamente mientras se acercaba a ella enfadado— Es ridículo, toda esta porquería... ¿Qué te pasa? ¿Un ataque de celos, en serio? Te creía mejor, creía conocerte y que eras mejor que esto.

Irene le miró, sin poder creer que estuviera escuchando esas palabras, notando como el labio le temblaba de impotencia, de rabia. Le encaró, buscando la proximidad de su rostro, sabiendo que Pablo no se achicaría.

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