Capítulo 4. Dos voces y un silencio

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Llevaban casi diez minutos en ese curioso lugar, no porque el baño fuera en sí un sitio extraño, sino más bien por la inusual estampa que presentaban ese par, apoyadas contra la pared, una al lado de la otra sin mediar palabra alguna. En todo ese rato nadie las interrumpió, nadie hizo ademán de entrar por lo que el ambiente seguía placido y tranquilo, atrapadas en esa ausencia de palabras que ambas agradecían, aunque sabían que no podía alargarse mucho más sin volverse incómodo.

Inés miró a Irene de reojo, esa noche se había maquillado un poco, un toque simple, ligero y muy natural que destacaba sus facciones sin ser demasiado evidente. Iba guapa, algo arreglada pero informal, muy en su estilo más casual y desenfadado. Siempre le había parecido una chica agradable, al menos físicamente, aunque para su gusto debería arreglarse un poco más esas uñas que siempre llevaba sin hacer. Tenía un rostro muy bonito, una mirada cálida y soñadora que le sumaba verdad a todo lo que solía decir, aunque ella no lo compartía casi nunca, podía ser objetiva respecto a las virtudes de sus rivales e Irene parecía hablar siempre desde la verdad, a cara destapada. Nunca sintió una especial enemistad hacia ella, mentiría si dijera que no le ponía a veces de los nervios con sus discursos populistas, pero no podía negar que desde el principio todo había sido fácil con Irene, nunca les costó mantener una conversación informal y la tensión que podía haber entre ellas quedaba siempre en referente a lo político.

La catalana no pudo evitar sonreír, inclinando un poco la cabeza para ver mejor el rostro distraído de Irene. Quizás era algo cruel decirlo, pero no le importaba lo que Irene pudiera pensar de ella, no le importaba si la juzgaba o si le molestaba algún comentario de los suyos. Total, seguro que ya le caía mal... En cierto modo, con ella no eran amigas, apenas conocidas, así que no tenía nada que perder y es por eso que podía permitirse ser un poquito más ella misma.

—Ahora me estás mirando tú a mí —afirmó Irene con una sonrisa traviesa mirando con descaro a Inés, que se rio. Touché.

—Sí —contestó escueta, dejando resbalar su cuerpo por la pared hasta sentarse en el suelo. Irene la siguió, tratando de encontrar una postura cómoda a su lado— Buff, no aguanto más estos tacones...

—Quítatelos —dijo Irene con total naturalidad— A mí no me importa.

Inés dudó unos segundos, se encogió de hombros y cedió, dejando los zapatos a un lado mientras estiraba los pies, masajeando un poco las zonas algo doloridas. Irene lo observó todo con curiosidad.

—Qué pies tan pequeños tienes ¿No? —soltó sin pensar, Inés la miró incrédula. ¿En serio?

—Son para patearte mejor —dijo imitando una voz más grave y amenazante, con la musicalidad del cuento. Sin avisar, giró su cuerpo para poder golpear con cuidado las piernas de Irene con sus pies, como en una pataleta. La madrileña se sorprendió un poco con el repentino ataque, pero no pudo evitar reírse mientras intentaba frenarla.

—¡Oye! —se quejó Irene, divertida, protegiéndose con las manos mientras la agarraba por los tobillos para frenar el movimiento. Inés se rindió enseguida sin oponer mayor resistencia y volvió a apoyar su espalda contra la pared, tocando hombro con hombro— No me vas a asustar con eso.

—No pretendo asustarte —contestó Inés con sinceridad. Ambas callaron unos segundos, escudándose de nuevo en el silencio.

—Creo que me caes un poquito bien —dijo Irene sorprendida, pero debía admitir que la compañía de la líder de Ciudadanos le estaba resultando más agradable de lo que jamás imaginó. Inés la miró de reojo.

—¿Solo lo crees? Aún puedo patearte bien el culo y echarte de mí lavabo.

—Como os gusta a los liberales una propiedad privada —murmuró Irene entre dientes, ganándose un codazo muy suave de Inés— Que violenta eres, no tenias pinta de ser tan bruta.

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