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Llegamos al jardín y ya se estaba oscureciendo, no nos importó. Nos sentamos en el pasto y platicamos un poco de todo y un poco de nada.

Las luces por los alrededores de la Academia fueron encendidas, y en serio le daba un toque bonito al jardín, más mágico de lo que es en realidad.

—¿Y qué pasará con tu proyecto? —estaba acomodada boca arriba en las piernas de Cele, jugando con mi cabello rojizo.

—Es para la siguiente semana, aún tengo tiempo —dijo, recalcando la última palabra—, demasiado tiempo para hacerlo.

—¿Y los chicos?

—¿Qué pasa con ellos?

—Me sorprende que ellos son tu equipo.

—¿Por qué? ¿Los conoces?

Negué.

—Solo fue sorpresa, nada más.

Cele asintió y siguió jugando con mi cabello.

—¿Te digo algo y no te enojas? —preguntó ella de la nada. Su mirada estaba dirigida a mi con notable seriedad.

—¿Qué?

—Ella ha estado por un rato atrás de nosotras.

Me levanté rápido y miré a Celeste con notable pánico.

—¿En serio?

Ella asintió y apuntó discretamente detrás mío, por mi parte yo no fuí discreta y miré hacia la dirección que me dijo.

Allí estaba ella, Fátima Vera, tan bella como siempre. Estaba leyendo bajo un árbol a pocos metros de nosotras, distraída con el libro entre sus manos.

—¿Y qué hago?

—Háblale.

—¿Ahora?

Celeste rodó los ojos.

—No, después.

Tragué saliva, nerviosa y metí mi mano en mi bolsillo, queriendo asegurarme que tenía la carta. No la tenía, y empiezo a asustarme, ¿dónde la habré dejado?

—Laura, ¿Estás bien?

—¡No! —dije, mi voz salió rara, casi rota—. No tengo la carta perfecta que le iba a dar, no tengo el valor para ir con ella y decirle lo que siento y peor aún, ¡Mi cabello es un desastre! El mundo me odia tanto.

Ahora estaba rompiendo en llanto, y ni siquiera Fátima Vera me estaba prestando atención, sus lindos ojitos estaban en el libro que estaba leyendo, distraída de todo lo que estaba pasando a su alrededor.

—No está de más intentarlo —Celeste habló, tranquila y suave.

Y con solo eso bastó para, efectivamente, intentarlo. No tenía nada que perder excepto mi dignidad.

Los espejos de FátimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora