i

319 40 52
                                    

Me tardé dos años para prepararme para éste momento. Dos años que pasé planeando mis palabras y escribiendo la mejor carta de amor del mundo entero. Preparándome día tras día para estar a su lado, no como una compañera de salón o una amiga, sino como novia.

Sinceramente, estoy emocionada y nerviosa. Mis manos estabab temblando y sentía que el mundo entero me estaba dando vueltas, pero seguro no era nada de eso y que solo sean ideas mías.

Miré en dirección a la maestra de pociones, estaba distraída hablando sobre cosas aburridas, seguramente. Cosas no tan importantes comparadas como lo mío. No pierdo tiempo, hice un hechizo rápido para ver la hora (algo prohibido por la Academia, por supuesto, pero me podría importar menos).

Si mi hechizo no fallaba, algo que no hace porque soy asombrosa, faltaban cinco minutos para que marquen las tres de la tarde, eso me daba suficiente tiempo para verla un rato más antes de que nos fuéramos a nuestros dormitorios.

Miré hasta la ventana del salón y allí estaba ella. Fátima Vera con sus lindos ojos mirando hacia la maestra mientras anotaba en su cuaderno todo lo que ella decía. Era tan linda con su cabello negro y sus tantos ojos, también, negros. Casi no sonreía pero cuándo lo hacía, puedo asegurar que toda la sangre morada que tenía en mi cuerpo se acumulaba en mis mejillas pálidas y pecosas.

La campana sonó, eso significaba que la clase de pociones mágicas había terminado. Así que todos, incluyendo ella, estaban preparándose para irse. El día había sido agotador pero eso no impedía que yo estuviera nerviosa.

El profesor se había despedido y se fue por algo que no recuerdo. Me levanté de mi asiento con la carta de amor en mi mano, enrollada de tal forma que se veía elegante y moderna. Una lástima que en el camino de mi asiento al suyo me tropecé con las agujetas de mis zapatos y caí al suelo, tirando me pedazo de papel.

Sentí los ojos de mis compañeros a mi espalda, quería morir en ese momento. Volteé buscando a Fátima y no la encontré por ningún lado y en ese momento quería nada más que gritar de enojo, pero no lo hice. Soy muy refinada para hacerlo, claro.

La carta seguía en mi mano, toda arrugada. Bueno, aún servía. Me levanté del suelo, ignorando las miradas que me daban mis demás compañeros y salí del salón a toda prisa, casi tropesándome en el proceso. Casi.

Los espejos de FátimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora