Parece ser que a mis lágrimas les gusta la noche, porque cuando ella llega, deciden asomar a saludar. Y en plena madrugada, se vuelven suicidas y caen para morir sobre mi almohada. Todo por mi inseguridad absurda.
Me gustaría aprender a confíar más. Poder vivir con los ojos vendados, aprendiendo a ver con los demás sentidos. Pero soy tan recelosa, que siempre termino arrancando mi venda y observando a mi alrededor, temerosa de haber hecho algo mal, o de haberme tragado alguna mentira.
Porque todo el mundo miente. No soy la única. Y cada día temo más a lo que puedan esconderme.
Mi mente traza pensamientos oscuros. Muy oscuros. Y solo me provocan ganas de gritar.
Pero no. Ahora no. Son las tres de la madrugada. ¿Cómo me voy a poner a gritar ahora? ¿Y en cualquier otro momento del día? No.
Ahora solo puedo mantenerme en silencio, sonarme la nariz con delicadeza, y suavizar sollozos.
Cuando termine, daré la vuelta a la almohada y trataré de dormir.
Espero no hacer nada más.