●Ese día que NO escucharon●

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《Hace 25 años se proclamó al 3 de Diciembre como el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, conmemorándolo así como un Día Para Todos, en el cual deberíamos celebrarlo como la fecha en donde se valorizan a aquellas personas con discapacidades, ya sea: motriz, auditiva, intelectual, visual o psicosocial.

Revalorizan sus derechos, y se lo declara como un humano a igual en valor y oportunidades.

Son personas como cualquier otra, que experimentan todo eso que incluye la vida: fallos o aciertos, alegría o melancolía y risas o lágrimas; no es una persona especial o diferente, no minusválido ni enfermo. Y sé que muchas veces al llamarlo así, no pretendemos ofender, pero esos adjetivos llegan a ser una especie de barrera en su desenvolvimiento y aceptación propia.

Son personas como cualquier otra, que no eligieron sus condiciones de vida, pero que día a día luchan con ganas por un buen por venir de en sus vidas y solo por ello ya son victoriosos.

Y es que es una verdadera lucha que se tiene que batallar a capa y espada para no caer ante los prejuicios establecidos por aquellas personas insensibles y sin empatía que conforman la sociedad. Tenemos que comprender de una vez por todas todo aquello que acarrea el aceptar y respetar a una persona con discapacidad.

Esa persona se levanta cada día a pesar de los prejuicios y desplantes diarios, y como privilegio de muchos, tienen la constante validación de personas que las aman, las apoyan infinitamente y se encuentran a su lado.

Porque al final las personas con discapacidades también son hermanos, primos, tíos, padres o amigos.

¿Por qué meterse con la integridad o las ganas de vivir de una persona que no eligió su condiciones diarias? Porque hacerlo si ellos tienen mucha más valentía que nosotros, que estamos completamente sanos, y nos rendimos a la primera.

Ahora, por favor, ¿me podrían decir por qué esa persona guerrera y constante es excluido por el solo mero hecho de tener tenacidad y valentía ante lo que le impuso la vida? 》

La ciega convicción, infundada por el deseo de igualdad, inundaba mi voz y cada palabra lo pronunciaba con más pasión que la anterior.

Mi mirada se paseaba por la sala, de rincón a rincón, pero los oyentes no escuchaban, las autoridades conversaban y el tema principal parecía insulso e inservible ante el aburrimiento de sus rostros.

Yo hablaba, trataba de transmitir algo, pero los oídos estaban negados a un entendimiento, por las conversaciones, y el corazón estaba en cautiverio por la falta de empatía.

Lo que pasaba parecía estúpido y sin ningún lucro en valores. Ni hablar de la nula comprensión moral hacia el tema que quería impartir con toda la sinceridad que encontré en mi alma.

Cosas que no controlaba pero que desanimaban. Anhelar fomentar una inclusión entre las personas que creen tenerlo todo en este mundo, ellas que no querían ponerse en los zapatos de los verdaderos luchadores contra la vida.

Se jactaban de respetar, pero para de que vale el respeto si no tratas de empatizar con aquella persona que verdaderamente lo necesita.





Wx.Zalici

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