*Capitulo 2*

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No todo está perdido, claro olvidando el refrigerador de ahora en adelante.

El despertar de un nuevo día se restregaba en el rostro de Hanna al momento de tomar una nueva posición y tratar de seguir en su profundo sueño. La puerta se abrió y un nene de baja estatúra entró como alma en pena gritando chillón, justo en la cara de su hermana mayor.

Hoy es el día. Hay dioses.

Fue todo lo que pensó cuando el sueño se esfumaba lentamente de su sistema. Suspiró con cansancio mientras se sentaba y estiraba su cuerpo curbilineo mientras se colocaba una playera talla doble X y caminaba tratando de arreglar la bola de cabellos que se encontraba sobre su cabeza.

Hanna no era una chica de talla cero. Mucho menos una chica de aparencia ruda, en realidad muchos pretendían y pensaban que por solo pesar 80 kg y medir 1:54 cm tenían el poder de llamarle "adorable".

Claro, si solo nos basamos en lo fisico. Pues su sentido del humor aveces podía ser un poco seco, y mas cuando no se encontraba de buenas, inclusive podía tornarse negro y sucio, pero ese no es el caso. El caso es que entre risas por la aparencia y las fachas en las que se encontraba la mayor pasó el desayúno tranquilo, hoy era un día importante y no era buena opción terminar con un dolor de cabeza solo porque el pequeño Christian no quiería cooperar.

Y como pensó antes, hoy era el día en el que le darían al fin santa sepultura a su madre, que aunque no supo como buscar una forma de ser feliz a tiempo, siempre trató de sacarle el lado bueno a las cosas. Hanna ya sabía que su madre nunca amó en realidad a la persona que se hacía llamar su padre, si, lo quiso, pero nunca lo amó y aunque a ella le dolía y quería que esa farza terminara, fue demasiado tarde para su pobre progenitora, la cual ahora se encontraba en ese humilde pero merecido ataúd, que con sus ahorros y alguna que otra ayuda por parte de amigos de la iglesia, logró pagar.

Ahora ella y sus hermanos se encotraban frente al cuerpo inerte de su madre, Ulises, el payor de los dos niños menores, lloraba y se sontenía del sueter azúl de su hermana, mientras, el pequeño Christian se encontraba algo confundido por la situación y al escuchar los lamentos de su hermano, se removía incomodo entre las cobijas que lo tapaban.

Hanna pensaba desesperadamente lo que haría, en definitiva no serviría de nada que ella y sus hermanos terminaran en una casa hogar, tampoco el hecho de quedarse en casa de sus abuelos maternos era una opción, pues ellos claramente lo habían dicho.

"Si tu mamá se muere, ni crean que nosotros los vamos a cuidar o recojer. Ya que mataron a su madre, nos piensan matar a nosotros? Están pero que si bien pendejos si piensan eso."

Al haber recordado eso, la joven soltó una lagrima y luego un sollozo. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo mantendría a dos niños y les daría un futuro, si nisiquiera había cumplido la mayoría de edad? Esas eran unas de las muchas preguntas que se crusaban por la mente de Hanna mientras le rezaba a dios desde sus adentros para que le diera una señal de que todo estaría bien.

Pero primero lo primero. Dejar ir a su madre.

Y haci se iso luego de cumplir sus 24 horas de velación. Ya ahora se encontraban rumbo a su hogar luego de ir al sementerio y terminar con eso, ella al llegar a la casa se sentó en el comendor mientras pasaba sus dedos por su cabello negro en señal de desesperación y aún haci sus ojos trataban de no soltar ni una lagrima, quería ser fuerte, pero ella misma sabía que eso la estaba enfermando con algo letal de nombre "post-deprecion".

El tiempo iba pasando y pronto los vecinos se enteraron, lamentablemente, de lo que había sucedido con sus padres. Y uno de ellos inició una investigación para encintrar el paradero del hombre y Hanna muy en sus adentros deseaba que el ya estuviese muerto, pero la vida es mala y los humanos muy crueles para encontrar la verdad absoluta del porque de las cosas.

Sin mas que un troso de pan en el estomago revisó el refrigerador en busca de algun alimento.

Pobre. Como su estado economico en esos momentos.

De pronto un vidrio se rompió en la avitacion donde se encontraban sus hermanos descansando, con velocidad tomó la escoba entre sus manos y corrió deteniendoce en la puerta. Juntando valor desde sus más profundos adentros entró decidida a golpear a cualquiera que hubiese entrado a hacer daño.

Sin abrir los ojos empezó a tirar escobazos a diestra y siniestra sin atinarle a nada, cuando al fin decidió abrir los ojos se dió cuenta de que no era un humano el que había entrado. Se quedó quieta observando la escena, era una enorme bola de pelo casi del tamaño de su misma, claro, exagerando un poco.

Esa enorme "bestia", como recién le había nombrado, se encontraba observando con detenimiento al pequeño Christian el cual alzaba sus bracitos en busca de poder tocar a la inusual y peluda criatura. Ulises, por otro lado, se encontraba detrás de Hanna con un martillo de plástico decidido a defender a sus hermanos de tan brutal monstruosidad.

Después de unos segundos de meditación la joven se acercó para ver al animal que se encontraba dando la espalda. Con destreza tomó el palo de escoba y tocó el lomo del que supuso perro (porque a su perspectiva eso no era un oso) y este volteó a observarla con unos profundos ojos color café.

Asustada, Hanna retrocedió casi saliendo de la habitación cuando el enorme mamífero se abalanzó sobre ella casi tumbándola.

En resumen. Necesitaría un baño.

Entre quejidos y alaridos por querer sacar al enorme san Bernardo de la casa, se pasó la tarde. Al menos se había olvidado un poco de la situación y se había divertido. Al final el enorme can ganó y terminó durmiendo sobre el cuerpo cansado de Hanna, mientras Ulises y Christian dormían sobre el animal que no planeaba moverse de dónde estaba.

Había sido un día agotador física y mentalmente para la chica, pero todo fue aliviado por una enorme bestia con olor a tierra y césped. Raro que un perro huela bien.

Un gato sin Sonrisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora