Cuando se fueron a dormir, Pedro una vez más cayó en la misma extraña somnolencia de la noche anterior, pero en esta ocasión los demonios que visitaban sus sueños se acercaban y alejaban, riendo en infernales carcajadas, provocadas por el miedo que le producían al rudo campesino. Como en la anterior ocasión, Pedro volteó hacia su mujer para abrazarla sin abrir los ojos y cuando hizo el primer movimiento, sintió con alivio que sus piernas tocaban las de Silvia; entre sueños esbozó una tímida sonrisa que se le congeló en los labios cuando al estirar los brazos, una vez más encontró la cama vacía. Su mente se negaba a comprender lo que ocurría; sentía como las piernas de la señora estaban entrelazadas con las suyas, pero en la parte superior no estaba el torso y la cabeza que cualquiera esperaría encontrar en tales circunstancias. Intentó abrir los ojos, pero una fuerza superior a él se lo impedía; por más que forcejeaba no lograba despertar hasta que ya no supo más de sí.
Al otro día cuando despertó, Silvia ya se encontraba de pie, preparando el frugal desayuno acostumbrado; se veía normal, incluso más contenta que los pasados días, por lo que Pedro cada vez se sentía más confundido. Quiso interrogarla para saber si ella no había notado nada fuera de lo común la noche anterior, pero ella con una sonrisa le dijo que simplemente había tenido una pesadilla, debida a su preocupación por la deprimente situación económica por la que pasaban, pero que todo iba a cambiar pues ella estaba segura que las cosas estaban a punto de mejorar.
Pedro se pasó todo el día trabajando como de costumbre, pero su mente regresaba una y otra vez a los recuerdos de las noches anteriores, preguntándose si no se estaría volviendo loco; también pensaba en las enigmáticas palabras de su esposa y la seguridad con la que ésta las había pronunciado. Sabía que su esposa era muy optimista, pero esta vez había hablado como si supiera algo que al menos de momento, no le quería comunicar a su marido. Como todos los hombres de esa época, inmediatamente pensó que su esposa andaba en malos pasos, por lo que decidió esa misma noche quedarse despierto a toda costa, hasta dar con la verdad.
Aunque jamás se hubiera imaginado cual iba a ser la verdad con la que se iba a encontrar.
Esa noche se comportó de la manera más normal que pudo aun cuando presentía que lo que iba a encontrar no le iba a agradar, pero sabía cómo solucionar el problema ya que en la tarde se había dedicado a sacarle filo al machete que normalmente usaba en el trabajo de su parcela; cuando se fueron a dormir, el campesino se acostó dándole la espalda a su esposa e hizo todo lo posible por permanecer despierto a pesar de que por momentos, sentía como si algo lo forzara a cerrar los ojos; aun así, pudo seguir en vela. Cuando escuchó las lejanas campanadas de la iglesia marcando la media noche, sintió como Silvia se movía suavemente a sus espaldas y escuchó como se vestía; le extrañó no escuchar pasos en el piso de su humilde vivienda, por lo que pensó que su esposa hacía el menor ruido posible para evitar despertarlo. Cuando oyó que la puerta se cerraba, todavía esperó unos segundos para darle algo de ventaja, pues pensaba seguirla machete en mano dispuesto a defender su honor, ya que empezaba a confirmar lo que estaba ocurriendo.
Cuando calculó que ya había pasado tiempo suficiente, se volteó sobre sus espaldas para levantarse rápidamente, pero la sangre se le heló en las venas al notar que sus pies rozaban las piernas de su mujer.
Brincó de la cama buscando los cerillos para encender la vela con la que alumbraban su sencillo cuarto, cayéndose todos en el suelo; cuando pudo recuperar uno, con manos temblorosas encendió el pedazo de cera y volteó a la cama solo para notar que no había ningún cuerpo humano en ella; se acercó para revisar con mayor detenimiento y pudo ver que a los pies del catre sobresalía un bulto extraño. Haciendo acopio de todo su valor levantó la cobija y se encontró cara a cara con las piernas de su mujer. Pedro no podía creer lo que sus ojos le revelaban; no había cuerpo, solo un par de piernas que inmediatamente adivinó como las de Silvia. No había sangre, por lo que no había ocurrido algún accidente, pero entonces ¿Cómo era posible que solo las extremidades inferiores de una persona se encontraran en medio de la cama?
Se dio cuenta con terror que se había casado con una bruja; sabía por los relatos de parientes y amigos que dichos seres son capaces de quitarse partes de su cuerpo para así poder salir a cometer sus fechorías y que la única manera de nulificar su poder era quemar las partes desprendidas de su cuerpo. Comenzó a llorar desconsoladamente al darse cuenta de la realidad; Silvia, la mujer que lo había acompañado durante los últimos ocho años de su vida, la que había conquistado a pesar de la enorme competencia de vecinos y amigos debido a su encantadora belleza y buen humor, era un ser diabólico.
Mientras las lágrimas escurrían por su cara se dio cuenta con desolación que solo había una cosa por hacer.
Terminar con ese ser infernal.
Sin que el horror abandonara su corazón encendió con la vela el fogón donde calentaban sus alimentos y tomando con repulsión las extremidades encontradas, las envolvió con la misma cobija para arrojarlas directamente en el fuego, viendo como salía un humo perverso y se desprendía un hedor nauseabundo.
No pudo aguantar más y cayó desmayado en el suelo.
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LA BRUJA
HororA veces las personas que más amas tienen un secreto tan aterrador que es mejor no conocer.