Capítulo I. El Maldecido Inmortal.

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23:30 hrs.

5 de septiembre del año 2029, Lima – Perú.

Audio diario personal.

En la conocida calle colmena, en el centro de Lima, capital de un país latinoamericano llamado Perú. La noche es una noche habitual, de cualquier otra ciudad, de cualquier otro país del tercer mundo.

Las prostitutas venden sus infecciosas carnes a los babeantes y lujuriosos pobres diablos que inundan las veredas de esta inmunda ciudad. Los imbéciles parroquianos se sienten alfas de su especie por el hecho de acostarse con el mayor número de rameras que puedan pagar. A ellas lo mismo les da si se trata de hombres o perros sarnosos.

Lo único importante para las mujerzuelas son las veinte monedas que cobran por alquilar sus cuerpos para luego adquirir las píldoras que los proxenetas procuran ofrecer a sus putas con el fin de mantenerlas calientes y en pie, pese a las fiebres que las azotan a causa de las innumerables enfermedades sexuales que padecen. Las siguientes monedas que obtengan solo las ayudaran a mantenerse vivas en su propio infierno, un día más. Vivas e infelizmente drogadas. Listas para entregar el único amor que existe en las calles. El amor frío, infectado y alquilado.

La noche es gélida y el vaho sale de las gargantas de los transeúntes como humo de cigarrillos. Los drogadictos también participan en el delicado baile de miseria. Ladrones y violadores caminan en las calles agrupándose para mantener el calor y mejorar sus posibilidades contra su siguiente víctima.

Hoy en día no existen los ciudadanos inocentes. Los puñales, las pistolas, las granadas son tan fáciles de conseguir como lo son las drogas. Ley de oferta y demanda, ambas están equiparadas. Proliferación del mercado.

La misma ciudad en su materialidad parece sufrir los estragos de la infecciosa ciudadanía que la habita. Edificios que deberán ser pieza de museos coloniales se encuentran arruinados por completo. Sobreviven aún en pie derruidos y carcomidos por el óxido y las termitas. Las aceras de las calles se encuentran agrietadas, las autopistas están llenas de agujeros e inundadas de aguas de drenaje. Incluso las ratas se parecen más a reptiles anfibios que mamíferos. Tan acostumbradas a serpentear en medio de las acuosas y pestilentes calles, que aparentan otra naturaleza.

Una silueta parece estar fuera de contexto. Yo la puedo ver claramente a pesar de la distancia.

Las putas voltean algo intrigadas, los drogadictos se asoman entre los callejones voraces, las pocos personas con un vestigio de moral mueven la cabeza de lado a lado. Saben cuál será su destino y no harán nada, nunca hacen nada. Unas letras más en el periódico amarillista de la ciudad. Una violación y una muerte, una que tal vez deberían lamentar. Se trata de una pequeña niña de no más de trece.

Sus rubios cabellos se elevan en el frío viento, sus delicadas y blancas piernas se mueven rápidas ondulando la falda de cuadros rojos y negros. Chapoteando con sus zapatos de mocasín en las calles inundadas. Sus delgados brazos se agitan desesperadamente en el impulso de la carrera. Huye.

Una esquina equivocada y un callejón sin salida le hacen correr perlas transparentes desde sus grandes ojos verdes hasta sus rosadas mejillas. La puedo ver, se sabe perdida, sin escape alguno y sabe que nadie vendrá a salvarla. Un grito penetrante y prístino como el canto de un Ángel caído llega a mis oídos y de pronto, emerge un rugido estremecedor. 

Lamentable, no fui el primero en llegar.

Apresuro el paso saltando entre los tejados y techos de casonas antiguas y edificios modernos sabiendo lo que encontrare más adelante. Una quinta de unos seis metros está en la misma esquina que lleva al callejón por donde la vi desaparecer. Desde su altura no puedo observar nada por las oscuras sombras que se proyectan como alas de cuervo. En ese preciso momento los cielos de la ciudad de Lima parecen saber que hay que llorar por ella y por sus víctimas. La lluvia cae fría en mi rostro mientras mis ojos penetran las sombras y se acostumbran a la luz tenue de una bombilla lúgubre que parpadea tratando en vano de iluminar el callejón con una mortecina luz amarilla. No es suficiente, hay demasiada oscuridad, es el manto de la criatura, es antinatural.

La veo. Es tan hermosa como todas ellas, puede que incluso algo más. Ahí está, en medio del charco de sangre y los cuerpos mutilados de los infortunados violadores intoxicados que pensaron agasajarse con ella. Ahí está, aparentando ser una bella niña. Ahí, de rodillas con las manos en lo que fue el cráneo de un hombre. Saboreando el último trago de sangre que probara en su no muerte. Sus ojos verdes suben hasta toparse con los míos y los colmillos blancos como marfil se dibujan entre sus rosados labios.

La desfiguración ocurre en un parpadeo. En un instante se trata de un bello, pero cruel rostro de niña, y al siguiente es una bestia del averno que se sabe acorralada. La inverosímil transfiguración cambia la liviandad de su cuerpo por el de una una fiera. La musculosa criatura cubierta de pelo salta los seis metros que nos separan en dirección a mi garganta en un último e inútil intento por preservarse a sí misma.

Mi mano es más rápida que sus movimientos sobrenaturales. Mi índice aprieta el gatillo de la Desert Eagle cromada de 356 milímetros que siempre llevo conmigo. Mi acerada compañera dispara una mortífera bala de plomo con punta de plata y relleno explosivo. La bala entra en medio de los ojos de la infernal criatura y detona esparciendo sus sesos por las sucias paredes del callejón, pero la fuerza de esta aberración es descomunal. Sus zarpas y el resto de sus fauces siguen avanzando por la inercia y salvajismo de su movimiento.

Ambos caemos de espaldas. Maldito sean los tejados viejos de estas casonas, se quiebran fácilmente.

Un estruendoso eco reverbera amalgamando los rugidos de la criatura, el cañón de mi arma y el estruendoso golpe de mi caída.  Mi cuerpo azota duramente contra el suelo, sacudiendo mi cabeza y pulmones contra el duro pavimento. Siento claramente cómo se me astilla el hueso occipital y parietal de mi cráneo. Las astillas lacerantes penetran mi cerebro como cuchillas mientras mis vertebras son destrozadas por el impacto. La calle queda destrozada mientras la criatura y yo jadeamos en el borde de la inexistencia.

Giro con dificultad para ver como quedo la bestia. La transformación llego a su fin, las terribles fauces desaparecen y unas pequeñas mandíbulas ensangrentadas vuelven a encajarse. El único hermoso ojo que le queda deja de estar desorbitado. Las manos ya no tiene pelambre ni garras y los colmillos desaparecieron. Solo queda el cuerpo desnudo y mutilado de lo que fue una pequeña niña humana. Ella realmente dejó de existir hace muchos años atrás. Una verdadera lástima.

01:15 hrs.

6 de septiembre del año 2021, Lima – Perú.

Audio diario personal.

Conduzco por la vía rápida de la ciudad de Lima. Las calles de colmena parecen alborotadas. Muchas putas y drogadictos aseguran haber visto un monstruo emergiendo de la oscuridad del callejón de la cuarta esquina llevando consigo el cuerpo de una colegiala. Lo curioso de los comentarios es que los testigos aseguran que aquel monstruo tenía el cráneo abierto con el cerebro de fuera y la niña estaba decapitada.

¡Tontos!, quien creería esa patraña.

Es cierto que hay que cortarles la cabeza, pero el cerebro de fuera, absurdo. Aunque podrían haber visto mi cerebro atravez del agujero de mí destrozado cráneo. Quien lo creería.

Un inmortal cazando monstruos en la ciudad de Lima. Ja, ja, ja. Dime, ¿Acaso tú lo creerías?

El Maldecido InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora