Capítulo II. El Carnero.

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Ser un pandillero en esta inmunda ciudad realmente es bastante sencillo. No importa de dónde vengas, a quien conozcas o si tienes el equipo necesario. Esa es la diferencia que tenemos con los putos sicarios. Ellos necesitan de esas cosas. Los pandilleros somos vulgares, es cierto, pero somos más implicados en nuestro trabajo. Nosotros conocemos a nuestras víctimas, las escuchamos, las comprendemos y sobre todo las valoramos. No vamos regando cadáveres como si se tratara de basura inservible. Cada víctima es un recurso.

Los cadáveres son solo un mensaje y muchas veces el mensaje que transmiten es menos efectivo de lo que parece. Piénsenlo, un cadáver dice a gritos lo ineficaz que eres para intimidar y coaccionar. Claro, también hay que asesinar de vez en cuando. Sobre todo a aquellos que son simplemente intratables. Sin embargo, como yo lo veo, por cada tipo que te despachas pierdes una fuente, un cómplice, un cliente y pierdes buen dinero.

Ser un pandillero es sencillo, lo repito, solo es necesario tener tu umbral de violencia más bajo de lo ordinario y estar dispuesto a actuar.

Por ejemplo: Si un infeliz adicto te tiro una bebida, le rompes la cabeza con una botella antes de que si quiera intente disculparse. Si se trata de un deudor, le das una paliza para que sepa que vas enserio. Si se trata de algún inepto que no supo hacer su trabajo, unos buenos puñetazos y la amenaza de arrancarle los testículos son lo correcto. Hay que considerar siempre los huesos rotos, siempre es bueno evitar hacer algo que les impida trabajar, a menos que sea estrictamente necesario.

Esa perspectiva me llevo lejos en mi profesión. Tengo cincuenta y tres años, el tiempo ya viene pasándome facturas con sobrecargo por la vida que escogí. Aunque todo tiene su lado bueno. Ahora solo hace falta decir mi nombre para saber que las cosas son serias. Soy el puto hombre que nadie quiere ver si tienes un problema. Soy el diablo, la muerte y el dolor. Mi alias, el Carnero.

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《 El grueso hombre apresuro una cerveza helada mientras miraba al vacío, justo por encima de las mujerzuelas que bailaban en la barra. Bajo su bebida tranquilamente con aire pensativo.》

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Me gane ese alias al golpear a un tipo contra el pavimento una y otra vez usando solo mi cabeza. Su rostro quedo convertido en un amasijo sanguinolento de carne y huesos rotos. Pobre desdichado, ni siquiera recuerdo su nombre. Solo sé que me fastidio y yo lo fiaste aún más.

A quien si recuerdo es Adriano Romero, el hermano del alcalde de la ciudad. Este don tenía unos problemitas con los "Intocables del Puerto". Una banda de peligrosos criminales que controlaba todo el comercio de drogas, prostitutas y contrabando del Callao. Eso estaba bien, no me importaba, siempre y cuando pagaran la cuota para evitar que nuestra pandilla se meta con ellos. Es decir, mi pandilla, la policía al servicio del hermano de Romero. Somos parte de "La Colonia".

Mi mejor cliente tiene a toda la policía a su servicio. Muchos dirán que se trata de una mafia, crimen organizado y todo ese farfullo farsante. Palabras vanas, somos una sarta de mal nacidos vapuleando a quien se nos ponga en frente. Somos una banda desorganizada, corrupta y violenta. Somos una pandilla, la pandilla de "La Colonia".

Aquella vez, Adriano, el hermano del alcalde, me encomendó arreglar la décima cuota atrasada de tres últimos embarques de cocaína. Los intocables, comenzaban a creerse demasiado intocables. Uno no puede dejar de hacer gestión de cobranza si quiere mantener el negocio.

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《 Mientras la música rugía estridente. Otros seis hombres aguardaban a que su jefe diera señales de querer tomar acción. Estaban atentos, en medio del bullicio.》

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El encuentro fue típico, en una fábrica solitaria por la noche. Ambas bandas criminales sabían que estaban midiendo hasta donde podían llegar. Los intocables se negaron al pago por décima y última vez. Ellos despotricaban diciendo que Romero ya no era autoridad en la ciudad del puerto. Los Intocables trabajaban con su propio alcalde. El Callao no le respondía a nadie o por lo menos eso creían ellos.

El Maldecido InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora