Incógnita

Azul

Aun estando en la oscuridad, Alden distinguía numerosas figuras que caminaban hacia él aparentemente despacio. Por más que él corría, no lograba quitárselos de encima. Estaban muy cerca suya, a punto de pisarle los talones. Comenzó a cuestionarse de verdad quiénes eran. A pesar de poder verlos claramente, el Y no los reconocía. Trató de averiguar su complexión y más cosas por sus pasos: averiguó una o dos chicas de peso normal y varios hombres de constitución variada. Sin embargo, nadie parecía musculoso, ni muy gordo.

Su velocidad se debilitaba a cada zancada que daba. El asma otra vez. Era algo muy común, pensó, cada vez más común. Aunque el suyo no era tan grave, no podía estar tanto tiempo corriendo tan rápido. Buscó, con manos temblorosas y respiración entrecortada, el aerosol en sus bolsillos. No lo encontraba. El aerosol que tanto le había costado robar había desaparecido. Se estaba desesperando y quedando sin aliento a ratos. De pronto, como sacado de una película de unos dibujos animados, una chica se rió detrás suya.

—¿Buscas esto, Alden?—por un momento pensó en girarse, pero el chico no se dejó engañar y corrió más rápido, sin mirar atrás.

Vio una luz blanca centelleante. La luz del final del túnel.

Si antes estaba corriendo rápido, ahora aún más. No oyó los pasos de los desconocidos siguiéndolo. Se extrañó por un momento, pero siguió adelante. Que les dieran, él se iba de allí.

Una playa. Era una playa lo que había al final del túnel. Supuso que la luz de antes era la luna, que ahí estaba, sonriéndole burlona. Miró a la mitad oscura del azul.

Vio, por primera vez en su vida, estrellas. Tantas que no se podían contar. Observó, también, una mancha de muchos colores por entre las estrellas. Sabía que existían por el libro de texto de Sunny. Siempre lo llevaba consigo. Alden sonrió ante los recuerdos. La soledad total nunca había sido tan agradable.