Con una gorra inglesa, chaqueta de cuero y pantalones vaqueros grises, caminando entre la multitud humana, Liv y yo avanzamos al edificio central, el Grand Torino Central, donde suelen llevar a cabo las audiencias entre la UDA.
Según mis influencias, en este momento se encuentran en una junta, perfecto para lo que vamos a hacer.
Hasta el momento no ha pasado nada que atente contra nuestra integridad, a pesar de haber pasado tres días abajo y dos arriba. Suficiente tiempo para haber avanzado la revuelta.
Conozco la entrada de servicio del edificio y moviendo unos cuantos hilos, hemos logrado traspasar la seguridad hasta el elevador, el cual sube hasta el vigésimo quinto piso, a la sala de audiencias.
― ¿Estás nervioso? ―me pregunta con inocencia y tomándome de la mano.
―Para nada.
―Ya veo ―juguetea con sus pulgares, centrando su mirada ahí.
El silencio reino hasta marcar el décimo séptimo piso― ¿No tienes algo que decir? ―me pregunta.
―Nada. Bueno... estoy un poco nervioso. De volver a ver al tío Navarrete...
Solo infló sus mejillas― No me refería a eso.
― ¿Entonces?
―Vestir esta prenda humana. Es mi primera vez y no sé si me queda bien ―ah, eso.
Portando un vestido de una pieza con falda rotonda, de color amarillo y ornamentas apenas perceptibles, un listón anudando una coleta, con la frente descubierta, ligero maquillaje y unas zapatillas beige; siendo sus ojos cubiertos por gafas de aviador.
―Ah... Eres hermosa ―digo embelesado―. Aunque ese vestido hace parecer que casi no tienes pecho ―de inmediato recibo un codazo―. Ugh. Ya es el piso veinticuatro...
Al abrirse las puertas del elevador, un par de gorilas nos apuntaron con pistolas, las cuales enfundaron al reconocer a Liv.
―Por aquí, su majestad ―es lo que dijo uno de ellos, guiándonos a la sala. ¿Y yo estoy pintado, o qué?
Liv solo miro por sobre su hombro, altiva a mi reacción. Caminamos por un extenso pasillo hasta cruzar la puerta gemela que conduce a la habitación.
― ¡Lo que sucede nos...! ¿Qué hacen aquí? ―ah, el jefe del distrito Tetsuo anda de mal humor― Llama a los de abajo...
―No hace falta señor Asai.
―Si es la princesa Livertius ―exclama la señorita Bondareva, jefa del distrito Startseva―, ¿qué hace aquí?
―Dejarla abajo sería tonto, ¿no? Y más cuando está en su actual situación ―digo alzando los brazos―. Bueno, vengo a proponer algo.
― ¿Y con qué derecho lo dices, joven? ―replica Bondareva.
―Como súbdito de la princesa Emme ―por extraño que parezca, no recibí ningún codazo. Las miradas de todos se posaban sobre mí. Indicándome hablar. Suspiro―. En estos momentos, como sabrán, abajo se encuentran en un buen predicamento, el cual incentivamos nosotros mismos en pos de poder venir aquí con libertad ―todos arquearon las cejas―. Ya que las tres huestes tendrán problemas desde varios frentes, la sociedad humana podrá intervenir en el asunto.
― ¿De qué forma? ―pregunta el señor Asai.
―Sencillo. Nos escargaremos de eliminar a los quirópteros, y de paso a los Umari, sus controladores. Pueden movilizar a las fuerzas armadas en los posibles puntos de aparición, imponer un toque de queda para la noche, con tal de poder hacer su trabajo y, al término de esto, bajar y encargarnos de terminar con esto. Y poder imponer a la princesa al trono ―di otro suspiro, porque lo siguiente será muy idealista―, y buscar una forma en que los Elteri y humanos puedan convivir.
El silencio se formó y pude notar como el tío Navarrete trataba de aguantarse la risa. Liv, digo, Emme llevo su mano a la boca.
― ¿Crees que esto es un juego? ―el señor Asai me cogió manía. No lo culpo.
―No, ¿pero por cuánto tiempo van a ocultar sobre su existencia? Tarde o temprano se sabrá, ¿o no?
― ¿Y has pensado en lo que puede ocurrir a la sociedad si esto sale de aquí? ―vaya, no lo he pensado. Qué va, sí lo hecho.
―Estoy muy consciente de esto. Los problemas que acarrea, pero lo prefiero mejor que a la ignorancia ―el silencio volvió a formarse.
―Mira ―dice el señor Falcioni―, disponemos de los recursos para hacerlo, ¿tienes algún motivo en mente para apoyar del todo a la princesa?
¿Qué? ―Lo dice como si estuviera de parte de ellos.
―Ellos nos ataron las manos. ¿Leíste la obra de El Príncipe? Deja en claro que debes de pertenecer a un bando. ¿Qué obtenemos a cambio de desatarnos? ¿Has pensado en qué tal vez su plan no funcione? ―más de una vez.
No dije nada por breves momentos, a propósito. Ah. El hecho de perder esta campaña está muy dentro de mi consciencia, pero no me ha dado tiempo de pensar en ella. Ella...
Una sonrisa se me escapó, extrañando a todos los presentes, contagiándoles.
―Disculpen, el hecho de recordar las palabras de mi tía... ―como no la soporto así.
―El hecho de tener más gente entre sus pobladores podrá disponer de más mano de obra, una más pública ―Emme habla―. No hará falta ocultarnos y ayudaremos en sus necesidades.
―Entonces, ¿en dónde queda su reinado, princesa Livertius? ―pregunta el señor Asai.
―Espero y quede enterrado en lo más profundo de la cueva.
Exclamaciones se hicieron resonar en la habitación iluminada tenuemente, incrédulos ante las palabras de Emme. Yo también.
―Pero...
―Nada de peros, he tomado mi decisión ―aparta la mirada a la mía, buscando consuelo. Creo.
―Ah ―Falcioni se recarga en el respaldo, toma un puro y lo fuma―. Marco, moviliza a las tropas, a la espera de nuevas órdenes ―el hombre solo asiente y hace una llamada, abandonando la sala―. Espero y esta apuesta traiga beneficios, muchacho, princesa.
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Nacido en las Sombras
FantasyCaminando entre callejones, en la meditabunda noche de Altar, Edwin Garret, un ex boxeador, se encuentra a dos figuras, una hiriendo a la otra. Debido a este incidente, se verá involucrado en una disputa política de una raza al estilo de los vampir...