Capítulo 5.- Concretando el plan

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―Ah. No puedo creer que no se me ocurra nada ―agito mis manos en mi cabeza.

―No te exasperes, Winnie.

―Cierto.

Había un reloj de pared haciendo el molesto ruido común. Marcando un compás al cual mi mente seguía y me atontaba.

―Tack, tack, tack...

― ¡Tía Iselda! Por favor ―la ya mencionada se echó a reír acompañada de Liv. Se disculparon entre carcajadas.

Me levanté del sillón y di vueltas en la misma línea, tratando de que alguna idea llegara a mi mente.

― ¿Tienes contactos entre la población?

―Claro ―cruza sus piernas―, ¿por qué la pregunta?

―Sencillo, contacta con ellos para una reunión.

―Oh. ¿Se te ocurrió algo?

―No exactamente. Me rindo. Vamos a iniciar la revuelta en nombre de Livertius.

―Ahh...

― ¿A qué viene esa decepción?

― ¿Por qué? Sería divertido de otra manera.

―Sí, pero no se me ocurre nada. Contáctalos. Livertius, prepárate para salir.

...

El zapateo del suelo adoquinado refleja la multitud que se hallaba en las calles. Tía Iselda, Liv y yo vamos bajo túnicas con capuchas oscuras. El punto de encuentro sería en un sótano de no sé dónde. Los Elteri, de diferentes alturas y complexiones, me hacían parecer estar caminando normalmente en la ciudad.

Tras unas cuadras recorridas, llegamos a un simple edificio. Sin contrafuertes ni la puerta abocinada. Al voltear a ver alrededor, me percato que lo mismo se aplicaba a todos los edificios. Al voltear a ver a tía Iselda, ella solo llevo su mano a su cabeza y enseño la lengua, en señal de troleo. Al momento siguiente se acerca a la puerta, toca dos veces y susurra una inaudible oración.

Al abrirse la puerta, una figura alta nos examina. Tía Iselda hace una pose de saludo de soldado con una sonrisa de oreja a oreja.

―Cuánto tiempo, Jagg.

―Esperaba verte lo más pronto posible ―abraza como oso a tía Iselda

― ¿Y Malik y Lucien?

―Están bien. ¿Quiénes son tus acompañantes?

― ¿No crees que es mejor estar adentro? ―lleva sus manos a su cadera y agacha su pose. A veces llega a ser muy provocativa.

Al entrar, nos dirigimos a la habitación de atrás, donde se desplego una escalera caracol de madera. Ya abajo, unas siluetas me sujetan a Liv y a mí, quitándonos las túnicas. Viendo a Livertius, se inclinan sin decir una sola palabra, llevando su mano derecha abierta a donde su corazón.

―Princesa Livertius. Aquí, en este lugar, yacen todos los soldados leales a su difunto padre.

Miro a Liv y ella, con un rostro lleno de sentimientos encontrados, palpa el hombro del Elteri que habló.

―Alcen la cabeza, guerreros de la sombra. Aprecio la devoción en sus miradas agachadas. Alcen la cabeza, en mi nombre.

A sus palabras, con una sonrisa de satisfacción, aquellos soldados levantan la vista y desenfundan sus sables, en su costado izquierdo. Me puse en guardia, pero tía Iselda me detuvo. Ellos llevaron sus armas y tajaron su mano izquierda. De la sangre brotante, cerraron sus puños, exprimiendo hasta la última gota. Sus manos estaban hacia el frente, ellos formando un medio círculo, circulando su sangre en las palmas de Liv. Ella, con indiferencia, sorbe el líquido carmesí.

Nacido en las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora