El estruendoso y ronco sonido de un cuerno retumbó hasta en la última casa del pequeño pueblo. Fue casi un llamado a la guerra, todos y cada uno de sus habitantes abandonaron raudos sus hogares y actividades para averiguar qué estaba pasando.
El cielo se teñía violeta sobre los hombres que aguardaban impasibles en el modesto parque. Eran seis, usaban cotas de malla y en sus torsos se veía con claridad el símbolo del imperio, un águila azul. Permanecieron inmóviles mientras las personas se aglomeraban a su alrededor y solo cuando se vieron totalmente rodeados intercambiaron unas miradas. Uno de ellos dio un paso adelante, se aclaró la garganta y gritó:
—Atención habitantes de Mercel. Estamos aquí en nombre del emperador Parpul Tercero —hizo una pausa mirando a su alrededor, su curtido rostro moreno no mostraba otra cosa que decepción y desprecio—. Se acerca una guerra. Deben tenerlo claro, Lovatra y Mitán se aliaron y ahora planean atacarnos, nadie estará a salvo, menos en un lugar como este. Es por eso hoy estoy aquí, para darles la oportunidad de proteger a sus seres queridos, y con ello, servir al imperio.
» Sus vidas en este lugar no significan nada, pero ahora pueden darle un propósito. El ejército imperial dará la bienvenida a todos los valientes que deseen pelear por Sheram y su emperador. Partiremos mañana a primera hora, pueden buscarnos aquí hasta entonces, y recuerden: Nadie está seguro, menos en este pequeño pueblo tan próximo a la frontera.
Aquella alarmante invitación sin duda causó revuelo entre los aldeanos. La noche del mismo día la taberna se llenó como pocas veces, había tanto jóvenes como ancianos. Muchos bromeaban sobre las heroicas hazañas que realizarían para defender su pueblo. Algunos que eran un poco menos idealistas veían la posibilidad de abandonar su aburrida y precaria vida con un trabajo estable si es que llegaban a sobrevivir. También había quienes simplemente se emborrachaban pensando que podría ser su última noche con vida. Lo cierto era que nadie sabía bien que estaba pasando, pero no trata de ellos esta historia.
Lejos del ajetreo de la taberna, una muchacha de pelo castaño y ondulado llevaba casi una hora sentada sobre la gruesa rama del árbol más grande del pueblo. Sus ojos color miel contemplaban las brillantes estrellas de aquella noche, como si buscase una respuesta en ellas.
Una vez más pensó. Una vez más puedo largarme de este lugar, y una vez más me quedaré.
Mirah llevaba mucho tiempo queriendo salir del pueblo, eran contadas las veces que llegaba gente del exterior y menos aún las veces que algunas de esas personas suponían para ella la oportunidad de marcharse. Sin embargo, Mirah no era tonta, sabía que unirse al ejército, sobre todo en tiempos de guerra significaba una muerte prematura. Pero no era eso lo que la detenía.
¿Por qué no puedo irme? Pensó con frustración. Sus dedos jugaban con la gema carmesí que colgaba de su cuello. Dime mamá, por favor dime porque no puedo irme ¿Qué sigo haciendo acá si no tengo a nadie?
Dirigió una vez más su mirada hacia las estrellas.
¿Seguirá allá afuera?
Una melancólica sonrisa se dibujó en su rostro.
Suspiró al llegar a su casa. Habían pasado siete años desde la muerte de su madre, y aun así su pecho se oprimía cada vez que cruzaba esa puerta.
¿Por qué? Ya no hay nadie acá, nadie... nadie excepto yo. Si me voy... no me puedo ir, si me voy se llevarán todo. Todo lo que papá dejó, todo lo que era de mamá, todo lo que era de la abuela. Si papá no se hubiera ido...
Trataba de no pensar en él. Pero en ese momento era inevitable, se había ido. Se había ido y la había abandonado junto a su madre y abuela. Y a pesar de todo era el único familiar que tenía con vida, o más bien el único del que no conocía su muerte.
Miró a su alrededor, vio muebles, jarros, libros y muchas cosas más que pertenecieron a sus padres. Sabía que, si se iba, no tardarían en saquear su casa.
—Todos en este pueblo somos así —se susurró.
A la mañana siguiente, cuando el sol se asomaba con un brillo tenue y helado, Mirah volvió a la plaza del pueblo, sin embargo, no vio nadie allí. Miró en todas direcciones esperando haberse equivocado en algo, pero no divisó nada, la plaza no era muy grande ni había tantos árboles que obstruyeran su visión.
—¿Habré perdido otra oportunidad de salir de acá? —dijo.
Suspiró pesadamente.
—Tranquila muchacha —escuchó.
Volteó y vio un soldado, le resultaba evidente que había despertado hace muy poco.
—Es raro que alguien esté tan emocionado por ir hacia su propia muerte —añadió el soldado.
—Pensé que estarían acá —dijo Mirah con timidez.
El hombre la miró con detenimiento, mirada que un bostezo interrumpió.
—Anoche fuimos a la taberna —dijo—. Pensamos que todos los que se enlistarían estarían disfrutando de su última noche de allí.
—¿Su última noche de taberna? —preguntó Mirah. Sus ojos se abrieron como platos demostrando su miedo.
—¿Seguro quieres venir? —preguntó repentinamente el soldado.
En ese momento la muchacha se dio cuenta de su postura. Ambas manos sobre el pecho, hombros caídos y con los pies juntos. Pensó por un momento que no la recibirían, su corazón comenzó a latir con mucha fuerza mientras se preparaba para derribar al soldado si era necesario.
Debo mostrar lo que valgo pensó.
—Entonces... ¿Quieres unirte al ejército? —preguntó el soldado, sacando a Mirah de sus pensamientos.
—S-sí —respondió Mirah
—Debes estar aquí a medio día para irnos entonces —le dijo el soldado—. Aunque en realidad no creo que nos vayamos hasta pasada una hora pasada del medio día, no seas puntual.
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Crónicas de Aysshard: La Hoja Blanca
FantasyMirah es una joven sin familia, sin motivo de existencia. Un día, llegan los reclutadores a su modesto pueblo, una guerra se acerca y la emoción la llama. Una guerra que tiene más cosas de las que ella pudo nunca imaginar, y la mayoría de ellas no l...