Mirah despertó en el más absoluto de los silencios. Se sentó y estiró los brazos. Por un momento se sintió ajena al entrenamiento, al cansancio. No había moretones ni dolor, sueño ni preocupación. Luego reaccionó.
¿Cuánto tiempo había estado dormida? No lo sabía. Pero tanto el calor que se había acumulado en la habitación como la luz le indicaban que ya había pasado un buen rato desde el amanecer. Unas varias horas por lo menos. Se paró de prisa, asustada por las consecuencias de su holgazanería.
Tranquila pensó. Logró calmarse antes de salir corriendo a alcanzar a su pelotón. Hoy no debo hacer nada, el capitán dijo que todos los superiores estarían ocupados.
Suspiró con alivio y volvió a estirarse. Podía gemir y hacer los ruidos típicos que hacía cuando se estiraba sin ningún tipo de inhibición, pues solo estaba ella.
Como habían cambiado las cosas en el último mes. Las primeras semanas ¿Cuántas fueron? Cinco tal vez, no estaba segura. Solo recordaba el dolor, el cansancio y la enorme presión y medio que sentía de sus propios compañeros. Días a los cuales no le gustaría volver.
Durante el último mes, Weisser no solo le había ensañado a defenderse con armas. Le había enseñado a controlar el pánico que sentía cuando se enfrentaba a alguien cuerpo a cuerpo. Ahora podía defenderse por sí misma de quienes intentaban agredirla. Por primera vez en meses, se sentía segura.
Los rayos de sol golpearon fuerte su rostro cuando salió del edificio. Podía ver a varios soldados y reclutas caminando con tanta tranquilidad, no parecía el fuerte. Parecía un lugar tranquilo, con gente calmada. Con solo unos pocos que se dedicaban a romper la paz y entrenaban.
La enorme campana retumbó como de costumbre por todo el lugar. Era hora de comer. Se había despertado justo a tiempo.
Sonrió y se dispuso a ir por su comida. Era un día diferente en muchos sentidos, no solo por la paz. Si no por la satisfacción que sentía ella consigo misma. Cuando entró al comedor vio a Castor.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Se preguntó con cierta culpa.
Titubeó. Una parte por la culpa que sentía, Castor había sido un buen amigo en el poco tiempo que lo conocía, la había animado y la había salvado cuando ella no podía hacerlo sola.
La otra parte la frustraba un poco más. Ahora parecía tener un amigo nuevo con el que reía y hablaba, ella lo reconoció. Su nombre era Julian y había intentado cortejarla de manera muy insistente, había sido el mismo Castor quien se lo quitó de encima.
Finalmente se acercó con su almuerzo y se sentó junto a Castor. Estando casi de frente con el muchacho delgado y de cabello cobrizo, que la miraba con esa expresión habitual de diversión que tenía.
Todo parecía hacerle gracia. Eso molestaba a Mirah.
—Veo que la señorita se ha acordado de sus amigos —dijo Julian en tono burlesco.
Mirah lo ignoró y comenzó a comer en silencio.
—¿No vas a hablar? —preguntó Julian.
Mirah suspiró.
—¿Qué quieres? —dijo—. Ya no voy a aguantar que me molestes. No se lo voy a aguantar a nadie.
Julian miró a Castor de reojo, como pidiéndole que dijera algo.
—Tranquila —dijo Castor—. Ya dijo que se comportaría cuando por fin aparecieras. Dale una oportunidad, es bastante chistoso. Se cree un payaso.
—¿En verdad es tu amigo? —preguntó Mirah—. En realidad, no me gusta para nada. Lamento no haber podido estar acá, que conversáramos durante los ratos libres o algo...
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Crónicas de Aysshard: La Hoja Blanca
FantasíaMirah es una joven sin familia, sin motivo de existencia. Un día, llegan los reclutadores a su modesto pueblo, una guerra se acerca y la emoción la llama. Una guerra que tiene más cosas de las que ella pudo nunca imaginar, y la mayoría de ellas no l...