Besos podridos

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Besaba insaciadamente a hombres que asesinaba. El sabor amargo y lo seco que estaban los labios la ponía loca. 

Una obsesión de un deseo profundo.


Todo comenzó en la adolescencia, Mia Peters soñaba con su primer beso. Uno de forma como novela juvenil. Pensaba en cómo se sentía tener un labio ajeno pegado a la suya. Sentir la piel, su textura, calor, y también, su sabor.

El día llegó. Tuvo a su primer novio, y los dos querían hacer el primer paso para demostrar su amor el uno con el otro. Mia estaba tan emocionada. Se acercó sin marcha atrás a su primera experiencia. Los labios de su novio estaban húmedos y se percibía el olor natural de su cuerpo. Suave y lisa. Quería seguir haciéndolo; nunca parar. El novio notó que aceleraba el ritmo, haciéndolo sentir incómodo.

Mia no pensaba soltarse de su deseo. El pensar en ello la hizo frustrarse, que por accidente mordió el labio del chico. Soltó un pequeño grito de dolor el novio y la empujó para quitársela de encima. 

—¡Wuahh! Qué mierda —apretaba levemente los ojos y pasaba sus dedos por su labio, buscando la herida-. 

—P-perdón. ¡Perdóname! No sé qué pasó.

—¡¿Qué pasa contigo?! Esta es la primera vez y se te ocurre hacer esto. 

Mia quedó perpleja ante la situación. Una fuerza adentro de ella quería desear esos labios. Ser de ella, y degustar cuando quisiera. El chico simplemente se fue y ya nunca más habló con ella. 

Este primer beso, en realidad, fue su primer paso.


Llegó a la adultez. Durante su etapa escolar, tuvo a bastantes chicos con los que se besó con tal de alimentar ese gran deseo de morbo hacia los labios de las personas. Nunca se casó. Ha estado en bares buscando a cualquier pez que pueda atrapar. 

Mientras más años tenga la persona, diferente es la experiencia. 

La diligencia que daba para recibir esa satisfacción por su obsesión era enferma. Hacia cualquier cosa por un beso. Incluso daba su cuerpo para ello. Aunque ya se estaba aburriendo.

Un día, mientras ella iba por el parque, pasaba por la zona arbolada del lugar, y notó un pequeño presentimiento de ser observada. Miraba por todos lados y prestaba atención a los sonidos, pero no había nada y ni escuchó algo. Siguió caminando, hasta que sintió un brazo rodeándola en el cuello, y una voz que le susurró desde su oreja:

—Qué bella eres.

Era un tipo borracho, con un aspecto repugnante. Sostenía una cerveza vacía. Su aliento a alcohol rosaba por el cuello de la dama. Esta, por instinto, se dio la vuelta, llegando a golpear en la mejilla al hombre. Éste va de frente y la empuja, haciéndola caer al suelo. Se aproxima a ella, y se pone encima, tocándole todo su torso.

—Tranquila, tranquila. Deberías disfrutarlo.

Ella solo forcejeaba y daba gritos de ayuda, pero en eso, una mano la calló. El hombre le cubrió la boca por su escándalo, y empezó a golpearla para que se dejara de una vez.

¡QUÉDATE QUIETA! —Comenzó a pasar su nariz por todo su cuello y pecho—. Solo será un ...

La botella que tenía él, reventó en su cabeza, y cayó de lado al suelo. Mia había tomado la botella que él dejó cuando comenzó a tocarla. Quería quitárselo, así que no tuvo opción. Lo miró ahí inconsciente, sangrando en la parte lateral de su cabeza. En eso vio que tenía el labio cortado, dejando ver sangre en sus labios.

Sin pensarlo, toma el cuerpo y lo pone boca arriba. Se monta en él, y comienza a besarlo y a morderlo. Cada vez soltaba más sangre mezclado con la saliva a alcohol. Era lo mejor que había sentido. Seguí y seguía. Apretaba el cuello, el pecho y el cabello del hombre por la gran excitación que experimentaba. Recordaba todos los besos que dio, pero nada se comparaba con este. 

Sus labios estaban pálidos y quebradizos. Por desesperación a que la descubrieran, arrastró el cuerpo hacia los árboles, quitándole toda la ropa. Le llenó la boca y la cara de hojas. Se fue de ahí pensando en qué había hecho. Mia acababa de matar a alguien.

Y lo hizo con un beso.

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