Prólogo

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Alzó mis pies y me impulsó hacia delante. El viento golpea mi rostro mientras me hago para delante, y luego para atrás. Otros tres impulsos. Levantó mi cabeza y veo al cielo. La noche es oscura y los astros brillan, aunque no se pueda ver mucho por toda la contaminación de la ciudad.
Bajo de un salto del columpio, y me tambaleo un poco. Busco en uno de mis bolsillos de mi chaqueta que me queda grande, un cigarrillo. Lo pongo entre mis labios y lo enciendo. Doy un par de caladas y el humo flota por encima de mi cabeza, hasta desaparecer. Es más de media noche y en el parque no hay ningún niño, pero siguen los juegos. Reconozco todos los juegos y recuerdo claramente las alegrías que sentí en ellos. En otros tiempos. Cuando era otra persona.

Sigo admirando los columpios, los pequeños castillos de plástico, los sube y baja. La escena cambia y ya no es de noche, es de día. Ya no hay silencio, sino risas de varios niños que juegan entre sí, o con sus padres. No visto de negro, con el cabello desordenado, sino de celeste pálido y dos trenzas. No huelo a una mezcla de alcohol y cigarrillos, sino a shampoo para niños. La euforia que siento es incomparable a cómo me siento ahora. Muerta por dentro. Y me dejo llevar por esos recuerdos, siento que otra vez no tengo preocupaciones, ni conozco un dolor más grande que el de rasparme una rodilla. No hay llantos, sino risas, y en mil años me imaginaría que en menos de diez años podría convertirme en un ser tan despreciable. Quiero reír, quiero llorar de la emoción, quiero subirme a aquellos juegos y nunca bajarme, ser la princesa de un pequeño cuento de hadas. Pero la realidad en la que caigo no es así.

Y así de rápido vuelvo al presente. Estoy algo pérdida, cuando solo veo juegos vacíos, sin ningún niño. Estoy desconcertada cuando me encuentro a mi misma más alta, con otra ropa, con el cabello suelto, y el maquillaje ahora corrido.  El pequeño cigarrillo ya consumido me quema la punta de los dedos y eso me despierta. Lo tiro al suelo lleno de hojas otoñales y lo piso, para apagarlo para siempre. Apagada,  justo como me siento.

Entre la infancia de césped resquebrajado y la adolescencia de palabras sin sentido, germinó la imperfecta flor que quería llegar a ser. La artista nada entre azul y amarillo, se pinta la nariz de negro carboncillo. Su cabello reluce con el verde y el violeta, el color del peine que utiliza para desenredar sus ideas. A la niña le gustaban los corazones puros, coloreando en acuarela está el suyo. Si diosa fuera, de colorines pintaría el mundo.

He aprendido a soñar despierta, a sentir la adrenalina corriendo por mis palmas. Si la vida es esto, quiero correr hasta sobrepasarla. Escucha el auto-engaño de aquellos que se sienten sabios sin haber leído sus propia páginas.

Que ironía suya, de ser tan pequeña y haber podido observar, reflejada en sus ojos, a su verdadera esencia. Esa que muchos no consiguen y que es difícil de percibir si no se ve la montaña, detrás de la espesura de los árboles. Por el simple hecho de que los sueños no aparecen si los contamos en segundos, pero si, si se cuentan en huellas.

A veces quisiera volver atrás, ser aquella niña pequeña que el mundo deseaba cambiar; sin tantas cadenas, sin tantas limitantes, sin dejar que fuese el mundo el que pudiera modificarme. Quisiera volver a los viejos tiempos, en donde era verdaderamente feliz y ni siquiera lo sabía. Donde lo más valioso, eran los sueños; y la alegría de los demás también era la mía. Cuando los días parecían eternos, cuando solo pensaba en horas de juego.

¿Cuándo deje que me ganara el tiempo? ¿Cuándo deje morir a la niña que llevaba dentro? ¿Por que me convertí en otra? Antes no tenía preocupaciones. El único dolor: caer sobre mis rodillas y las respectivas cicatrices de las mismas. Entonces, ¿Cuándo cambió todo? ¿En qué momento salió lastimada mi niña interior? ¿Cuándo deje corromper mi alma inocente?¿Cuándo deje que lo correcto dejase de parecer decente?Pronto perdonar se volvió algo impensable, ¿volver a intentar? Algo inimaginable; ¿el dinero? Algo indispensable. La vida adulta comienza a alcanzarme... Y yo, estúpidamente dejo atraparme.

Juego a ser niña de vez en cuando, o más bien me gustaría jugar a que estoy soñando. A medida que vamos creciendo, dejamos de emplear tiempo en fantasear e imaginar. Recuerdos, tan solo se quedan guardados exactamente en eso, recuerdos. Y el día de hoy, me invade la nostalgia, tropecé con mis recuerdos...

Recuerdos donde éramos con sinceridad, felices. La ilusión de esperar los obsequios bajo el árbol de navidad, el dolor de un diente caído pero la emoción de encontrar un billete debajo de tu almohada al día siguiente. Él no tener preocupación alguna, pisotear algunos charcos de agua, la inocencia sin soberbia, sin temor o vergüenza alguna de salir por las calles despeinados y con el pijama puesto. Tengo un nudo en la garganta y se me escapa una lágrima, la añoranza se apodera y los recuerdos no faltan. Aquella infancia dorada, aquel espíritu infantil, todo aquello que viví, será una imagen marcada, marcada dentro de mi.

Me prometo, algún día lograr la catarsis de las emociones.

Me pregunto si saben lo que es amar algo más que un cuerpo, inerte y sin vida. O si alguna vez han sentido manos clavarse en sus costillas hasta dejarlos sin aliento, haciéndoles ver el miedo. Y probablemente no sepan dónde encontrar la salvación a dolores que aún no padecen, concentrando todo el dolor en una herida que no para de sangrar. Y después de la desesperación llegará la realidad, la misma que les dejará ver que la salvación no está dentro de sus propios cuerpos.

Hemos olvidado la fuerza con la que impactan las palabras en cuerpos llenos de soledad. No se trata de días oscuros o de labios que no se llegan a alcanzar jamás, sino de lo débil que es la piel que protege nuestros huesos del caos. Y me protejo entre sus sombras porque aunque me destruyen, ellos jamás vuelven a tocar la misma herida.

Me desvanezco entre los tristes ojos del mar, deshaciéndome de todos los dolores que dejan marcado mi cuerpo. No creo que sean capaces de ver a través de las olas infinitas el dolor de los corazones ajenos, ellos mismos se consumen en sus propias voces. La marea no para de subir, y con ella, mis miedos.

Relámpagos de una masa grisácea, tormento de una mente catastrófica. Hay cosas en mi mente que solo duran una fracción de segundo, un relámpago que sacude mi sistema nervioso e ilumina, tan sólo por un momento, mi cavidad craneal.

Apenas me mantengo de pie, parece que el suelo no soporta lo que peno. ¿Quién me va a sostener, ahora que peso más que nunca? Y me tumbo boca arriba junto a esta flor marchita que nadie quiere ya. En realidad, ella es como yo. Ella solo se mantendrá en pie, como malamente pueda, hasta que el viento de una tarde cualquiera la derrumbe para siempre.

Living in another multiverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora