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Nunca había experimentado una sensación similar, la derrota no era algo desconocido para él, después de tantas batallas en el nombre de Athena no era nada raro que lo hubiesen derrotado antes de levantarse y seguir luchando hasta obtener la victoria.

Pero en esta ocasión, la realidad le había caído como agua fría en todo el cuerpo; ya no tenía más posibilidades.

Sus fuerzas comenzaban a agotarse con cada nuevo ataque, en cualquier momento, no podría seguir más. En su interior, deseaba haber tenido la oportunidad de ver a sus hijos una vez más, poder abrazarlos y hacerles saber cuanto los amaba. Además de ello, la imagen de cierto caballero llegó a su mente; la piel blanquecina y hebras verdes, enmarcando las esmeraldas de sus ojos, hubiese deseado poder tenerle una vez más a su lado y decirle todo eso que callaba; dejar salir de nuevo sus sentimientos y poder besarle aunque fuera una última vez.

Sin embargo, el tiempo se agotaba, su único consuelo, era que su hijo mayor cuidaría bien de ellos.

El dolor incrementaba con cada golpe, y la debilidad se apoderaba de su cuerpo a cada segundo. Siguió defendiéndose tanto como pudo, resistiendo. Pero la determinación en aquellos ojos carmesí no se iba, y no lo haría hasta que la sangre se extendiera por el suelo. Ahora comprendía como había muerto el padre del muchacho; sin ninguna posibilidad de salvación, asesinado por las manos de su hijo.

Ese pequeño a quién vio crecer, quien le acompañó en sus peores momentos de soledad y le reconfortó con su inocente presencia, ese que ahora le miraba con deseos asesinos brillando en sus ojos.

No sintió nada, sólo vio la mano del muchacho cubierta por su propia sangre, mientras el cuerpo se le desplomaba sobre el suelo. Su respiración se agitó y la sangre comenzó a brotar de su boca queriendo ahogarle, miró el cielo, de un tierno azul como los ojos de su pequeño conejito.

Escuchó un jadeo, pasos acercándose velozmente y su nombre siendo pronunciado en gritos de dolor, seguidos de un coro de vocesitas que le llamaban "papá". Una cabellera rubia apareció fugazmente en su visión, dándole paso al rostro de su hijo Nate, quién le miraba con lágrimas en los ojos al tiempo que negaba y se arrodillaba a su lado. Quiso hablarle, pedirle que cuidara de sus hermanos y su madre, pero su atención se desvío hacia el otro costado, donde, quién había sido su compañero durante 16 años, le miraba con una expresión de dolor y sus dulces esmeraldas bañadas en lágrimas.

Pudo sentir como lo sujetaba entre sus brazos de la forma más delicada, y le pedía que resistiera, que no le dejara. Sintió dolor en su cuerpo, supuso que ahí dónde Nicolas le había dado el golpe final, y de nuevo la sangre comenzó a ahogarle. Las cabecitas peliverdes con ojos esmeralda y zafiro se asomaron mientras sollozaban, llamándole de nuevo "papá".

Quiso hablarles, decirles cuanto los amaba, pero no podía. Entonces, decidió demostrárselos. Ahogando un jadeo de dolor, su cosmos se extendió rodeando a su familia, incluido el joven de cabellera negra que miraba atónito lo que había hecho; y con todas sus fuerzas restantes, su cosmos pasó de sentirse frío a ligeramente cálido.

Los pequeños peliverdes, se aferraron al cuerpo de su padre, sollozando sin saber que hacer, el rubio los miró una última vez, tratando de grabárselos en el alma para no olvidarlos en el más allá. La sangre volvió a brotar de su boca, ahogándole nuevamente, fue suficiente echar un vistazo a Nate para que el entendiera lo que su padre quería decirle: "Llévatelos, no quiero que me vean morir".

Nate obedeció sin protestar, despidiéndose también a través de la mirada de su progenitor; tomó a los pequeños y los alejó de aquella escena, sin antes mirar hacia el pelinegro con rencor.

Su cosmos disminuyó de golpe al tiempo en que la sangre le ahogaba una vez más. Le dedicó una ligera sonrisa al peliverde mientras intentaba alcanzar su mejilla con una de sus manos, Shun consiguió guiarle con la suya y colocarla en ese lugar, apretándola ligeramente contra su piel. El cuerpo del rubio comenzaba a tornarse frío, sus gestos demostraban el poco tiempo con el que contaban y sin poder evitarlo, Shun volvió a llorar.

La mano de Hyoga se movió hacia sus labios, el peliverde jadeó mientras sus ojos se fijaban en los de su ex compañero de vida y en ese instante, la voz del rubio logró escucharse.
Aún en el último suspiro...
Apenas y fue un susurro, lo suficientemente entendible, pero fue lo único que pudo hacer antes de que el azul de sus ojos se apagara para siempre. Su mano quedó sujeta entre la del contrario, flácida y fría.

El grito de dolor que Shun dejó escapar fue lo suficientemente alto para que Nate y sus hermanos lo escucharan a pesar de la lejanía.

Krieg miró a su hermana, y después a su hermano antes de que el mayor se arrodillara para abrazarlos y los tres estallaran en sollozos. Ya no podrían ver nunca más a su padre.
Nicolas seguía en la misma posición, de rodillas en el suelo, con los ojos bañados en lágrimas y la mirada pérdida. Lo había hecho de nuevo. La culpa no tardó en golpearle, y se sintió desmoronarse poco a poco, aunque la voz en su cabeza comenzaba a reír diciendo que no era para tanto.

Shun seguía llorando de forma desconsolada, abrazado al cuerpo inerte de su ex esposo. Se negaba a aceptar que lo hubiese perdido, él le había prometido que se cuidaría, para ver crecer a sus hijos, sus pequeños Krieg y Shaun. ¿Qué haría ahora?, ¿arrepentirse por haber dejado que su orgullo le cegara?, ¿llorar por todas esas oportunidades de volver a su lado que dejó pasar? Llorar, llorar, llorar, eso era lo único que podía hacer bien.

Llorar desconsoladamente hasta que el dolor se hiciera soportable. Su mirada se posó en el joven arrodillado a unos metros, y por primera vez, quiso odiar, odiarlo a él por haberle arrebatado a su compañero, odiar a los dioses por jugar con la vida del chico como si de un muñeco se tratara. Pero no pudo, no podía, ni siquiera lo hizo cuando asesinó a su padre.

Nicolas sintió la mirada de su tío en sí, y al enfrentarla, una fuerte presión comenzó a aplastarle el pecho, era la misma mirada que le había dedicado, después de que Argaios les hiciera saber que había matado a su propio padre. No lo estaba culpando, pero tampoco sabía que sentir respecto a él. Miró por última vez el cuerpo del rubio, antes de incorporarse torpemente y comenzar a retroceder para huir.

No pudo llegar muy lejos, pues Nate lo estaba esperando, la furia y el odio se reflejaban en aquellos orbes esmeraldas, esos que alguna vez lo vieron con cariño y admiración; por primera vez le hicieron sentir un escalofrío, pero la voz en su cabeza se burló de él por temerle. Nate, quién cuando eran jóvenes había sido su hermano, ahora estaba dispuesto a cobrar la muerte de su padre.

Y fue así, el rubio de inmediato se lanzó a golpearle, sin importar las miradas asustadas de los pequeños peliverdes. Nicolas no hizo nada por defenderse, él sólo quería que lo liberaran, ya no quería volver a oír la voz en su cabeza.

Golpe tras golpe, la voz le gritaba que se defendiera, que aquel chico no era rival para ellos dos; le amenazaba con tomar el control y acabarlo si no hacia nada, pero Nicolas lo ignoró y le envió hasta lo más profundo de su interior para evitar que saliera. Tal vez Nate pudiera haberle matado, tal vez por fin descansaría junto a su padre, de no haber sido por Argaios.

Su mente estaba demasiado aturdida por los golpes, sólo pudo distinguir los destellos que emanaban de la armadura dorada de sagitario, al tiempo en que su medio hermano sujetaba al rubio con fuerza e intentaba hacerlo reaccionar. Sintió que alguien le sujetaba con suavidad, y se topó con los ojos azules de Krieg y las esmeraldas de Shaun, ambos con lágrimas frescas cayendo por sus mejillas. Los niños se abrazaron a él para impedir que su hermano mayor volviera a lastimarme.

Entonces Nicolas también se soltó a llorar. Lloraba por haber asesinado a su tío; a su padre. Por el destino tan cruel que los dioses le habían impuesto; por el arrepentimiento de haber aceptado la opción de las gemelas y encerrar en su cuerpo su alma y la del estúpido dios. Por haber dudado del amor que su padre le profesaba. Lloraba por que él sólo quería ser libre, sólo quería descansar y tener paz.

Entre sollozos, su cuerpo cedió y terminó por perder la consciencia, mientras la voz en su cabeza se burlaba de él.

Aún en el Último SuspiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora