Sex is art.

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Marcela nunca se había visto tan desconcentrada a la hora de pintar. Sus ojos repasaban con nerviosismo el lienzo, en el cual la pintura aún fresca intentaba copiar la completa desnudez de aquella exótica mujer, que se encontraba a sólo unos metros de distancia.

Estaba recostada en el diván, rebosando una sensualidad característica de sus razgos caribeños. Comenzando por su cabello azabache, visiblemente sedoso y con unas delicadas ondas naturales en las puntas, un rostro fino, unos labios gruesos y rojizos que hacían un lindo contraste con el bronceado de su piel, mas el color verdoso de sus ojos.

     Además de poseer un rostro atractivo, Marcela simplemente no podía dejar pasar por alto el erótico cuerpo de la mujer, que le estaba llevando a la cúspide del deseo sin siquiera tocarlo. Aquella morena la había vuelto loca desde el momento en el que la vio entrar a su apartamento, y la preciosa morena se había dado cuenta de ello, por la manera en la que se mordisqueaba los labios, contemplando la curvatura de sus grandes senos una y otra vez con descaro, a veces sin siquiera prestar atención a su obra incompleta.

     Y vaya que la musa disfrutaba el sentirse tan deseada, tanto que cambiaba de posición constantemente, para que la artista pudiera deleitarse con sus jugosos pechos, su cinturita estrecha y sus prominentes caderas, una figura en verdad cautivadora.

     No fue hasta que Bárbara abrió levemente sus piernas, observando sus ojos con intensidad y mostrándole con cinismo su pequeño sexo, que llegó a su límite. Carraspeó con incomodidad y se levantó de su taburete, peinando su corto y grisáceo cabello hacia atrás, haciendo sonreír a la menor.

—Barb, deberías tomar una pausa, llevas horas ahí— Habló con su voz un poco ronca, tal vez producto de su palpitante excitación, que le estaba afectando al punto de sentir sus manos temblar, ansiosas por recorrer y profanar la piel ajena a su gusto.—Has de estar cansada.

—No te preocupes, es muy divertido posar para ti...—Mencionó juguetona, ahora de rodillas en el diván, y se llevó un dedo a la boca para morderlo suavemente, consciente de cómo los ojos de la pintora le traicionaban y descendían directo a su entrepierna, ansiosos por memorizar sus zonas más íntimas.—Aunque si ando un poco adolorida de tanto moverme, ¿podría quedarme un ratito mientras me acostumbro? No me tomará mucho tiempo, no te preocupes.—Se atrevió a preguntar con coquetería, mordiéndose los labios y fijándose en el trasero de la peligris, cuando ésta abría el refrigerador y tomaba un par de botellas de agua mineral.

—Por supuesto, y sabes que estás en tu casa, bueno ya hasta te acostumbraste a mi desorden.—Dejó salir una suave risita, sentándose a su lado cuando ésta ya hubo cubierto su cuerpo con el albornoz, y le ofreció la bebida.

—Es típico de una artista, ¿Qué mas podía esperar?

—Me ofendes.

     Bárbara imitó la risa ajena, aceptando el agua y descansando sus piernas sobre los jeans manchados de la pintora. Ésta última sólo posó su mano en su muslo, intentando calmar sus impulsos de ir recorriendo esa piel acaramelada, para subir su bata y finalmente dejar descubierto ese lugar que tanto le provocaba. Podía sentir las venas pronunciadas en sus manos y brazos, eso y la humedad acumulándose en su zona íntima eran claros signos de que aún se encontraba excitada, sólo por la presencia de la muchacha.

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