Capítulo dos: Después se le sumaron las rosas.

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Observó con odio e ira contenida el maldito segundero del reloj de pared que se encontraba sobre la cabeza del profesor en turno. Debía cumplir con unas horas extras, ya que el mentado profesor se le ocurrió faltar en las horas que le tocaba su materia. ¡Claro! Era fácil reponerla el último día de la semana escolar, precisamente ese jueves, —porque su semana escolar comprendía del lunes al jueves y los viernes eran prácticas en alguna empresa o la escuela misma—. Apretó con demasiada fuerza su lápiz de madera del número dos, cargándoselo casi al instante, quebrándolo justamente por la mitad en dos bordes irregulares de madera —Sucede algo señor Eustass —preguntó el docente. Sólo eso le faltaba. ¡Maldición!

No, no pasa nada, profe.

Por favor, no vuelva a interrumpirme, joven —farfulló el hombre mayor con la cabeza cubierta de canas. Colocó de nuevo sus gafas sobre el puente de su nariz, se volvió a la pizarra verde mientras seguía escribiendo y explicando de la manera más sosa y aburrida el ejercicio de neumática, pronunciado palabra por palabra del enunciado, como si contará un puto cuento para dormirlos— bien, señores. ¿Alguien podría decirme cuál es el primer compresor conocido? —cuestionó el docente, observando con detenimiento a los alumnos que se encontraban sentados en diversos lugares y en diferentes niveles, prestándole poco o nada de atención. Se encogió de hombros mientras movía la cabeza lado a lado— señor Eustass, ¿podría? Por favor.

El malhumorado chico se levantó de un tirón de su asiento a la mitad del aula, dispuesto a contestar correctamente la pregunta y callar los cuchicheos de sus compañeros y borrar la risa de suficiencia —y soberbia— que portaba el hombrecillo canoso. Estuvo a punto de comenzar a hablar, en cuanto un dolor punzante se alojo en su costado, obligándolo a tomar con fuerza sus costillas mientras se aferraba con su mano libre a la mesa larga que le servía de escritorio. Sintió como algo se paseaba desgarradoramente desde sus pulmones y viajaba lentamente, torturándolo a través de su aparato respiratorio, lastimándolo en el proceso.

El viejo que impartía la clase estuvo a casi nada de reprenderlo, caminando con paso decidido y enfadado tratando de darle el alcance, cuando finalmente llego al lugar donde el chico de cabellos rojos se retorcía de dolor y tomaba con fuerza sus costados, incrustando sus toscas y grandes manos a cada lado justo en sus costillas, reaccionó. Mutó su cara de enojo a preocupación en cuestión de milisegundos.

¿Señor? ¿Está bien? —cuestionó realmente preocupado y hasta cierto punto exasperado. Sus alumnos cerca de mostrar algo de empatía por su compañero, solo lo miraban morirse de dolor señores. ¡Señores! —gritó— Marquen a urgencias... ¡Rápido!


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Luffy estaba detrás de la pila de papeles que se habían acumulado esa semana, para su suerte —o desgracia— el día viernes de esa semana no se laboraba en aquella oficina gubernamental. Parecía que era un feriado, por conmemorar quién sabe qué, y como cada año, los empleados y becarios del lugar tenían al día libre. Mala suerte para el chiquillo de sombrero de paja que aún le quedaba trabajo acumulado —gracias a su ineficiente tutor—, y estaba más que desesperado por terminarlo. Harto de todo y todos, dejó caer su cabeza en las papeletas que estaban por sobre su mediano escritorio de madera rústica —Kaido es un cretino —masculló chirriando sus dientes— ¿Cómo puede ser tan desobligado ese viejo borracho?

Más bien creo que no tienes suerte —comentó un chico alto, moreno y de cabellos verdes, parado en el umbral de la puerta, manteniendo un atisbo de risa en sus comisuras— mira que de todos los lugares posibles, te tocó aquí. Y justo con el viejo borracho de Kaido.

El chico que vivió para escupir flores. 「Kid Law Luffy」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora