Capítulo tres: Las ojeras fueron más notorias al verse descubierto.

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Los dolores cada vez eran más insoportables y más duraderos, las punzadas se incrustaban en su espalda, obligándole a retorcerse bajo su propio cuerpo, su garganta ardía y su boca quemaba. El incremento de las medicinas para el dolor parecía no hacer ninguna clase de efecto, cada vez se sentía peor. El arco de dolor que experimentaba incrementaba cada vez más y más, haciéndole llorar de frustración. Sentía algo rasposo y grueso recorrerle desde los pulmones hasta la garganta, sin embargo todo se tenía ahí.

De ahí, no avanzaba más, pero su boca parecía querer escupir un fuego tan rojo y vibrante como su propio cabello, sus labios ardían como si de picantes fuertes le hubiesen colocado una pasta sobre ellos.

Decidió levantarse de la cama y prepararse un café lo suficientemente fuerte y tomarse unas pastillas para dormir, al menos en ese estado de inconsciencia auto producido podía dejar —mínimamente— de lado sus pesares y su agotamiento físico, psicológico y sentimental.

Retiró la pequeña manta que cubría su fornido y destrozado cuerpo, la tomó por una esquina y la lanzó con poca fuerza hacía el lado contrario de sí mismo, resopló y tomó su dolorido pecho con una de sus manos. Perezosamente bajo uno de sus pies y luego el otro, con su mano contraria rasco la parte baja de su cabeza y negó. No tenía ni las fuerzas ni las ganas de lavarse los dientes, le importó un carajo tener la boca maloliente y así caminó al cuarto contiguo a su pieza, donde se encontraba la rustica cocina de azulejos aguamarina; apenas contaba con una estufa clásica de cuatro parrillas y un horno debajo de ella, en color negro, al lado, estaba el fregadero y delante de ella una barra mediana, que el pelirrojo siempre ocupaba para comer, detrás de ella, estaba una encimera que abarcaba el largo de la pared, a un lado, un refrigerador moderno en color plata y a su lado, en la parte de arriba, sobre la encimera, una serie de tres cajones.

Aún con la mano en su pecho, buscando un punto de apoyo a su creciente dolencia, dejo escapar el poco aíre que podía retener, con la mirada busco un pocillo de metal lo suficientemente grande para calentar un poco de agua y poder hacerse su café. Lo encontró al lado de la estufa, en el lavabo, volteado. Abrió la llave y del grifo vertió una cantidad más que suficiente de agua, encendiendo la hornilla, colocó el utensilio sobre el fuego y dejo que el líquido se calentará poco a poco.


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Nami había llamado un tanto preocupada a Luffy, quería ir a ver el estado de Law, aunque recientemente se había unido al grupo, le importaban mucho sus amigos y el moreno de tatuajes no era menos que eso, aunque lo había conocido muy poco. El moreno de apellido D, le comentó que estaba por llegar al hospital, que la esperaría ahí.

Pasaron a la habitación del cirujano, y la pelinaranja extrañada observaba al chico, no mostraba señal de interés o preocupación, parecía un maniquí, con la pierna cruzada con una rodilla sobre la otra, con una revista en las manos y observando de cuando en cuando a Law —Nami, tengo hambre— fue lo único que mencionó el chico antes de levantarse y dirigirse a la cafetería del hospital. No recibió alguna invitación ni nada, así que resignada siguió al chico a la distancia. Le parecía muy extraño.

En los comedores estaban unos chicos conocidos, un peliverde y una morena bastante alta. Zoro y Robin, los reconoció rápidamente, el de sombrero se sentó a su lado, sin cortesía sin modeles y parecía que los chicos poco o nada le importaba la situación, estaban centrados en beber su café. Ella simplemente no lo soportó y presa de la furia, estalló —¿no se suponía que tu gran amor era ese chico que está en cama? ¿No amabas con toda tu alma y corazón a Torao? —trató de imitar el tono y apodo que le había dado— entonces, ¿por qué actúas como si no te importará el chico, que se supone, amas? ¡¿Cómo se puede ser tan hijo de puta?

El chico que vivió para escupir flores. 「Kid Law Luffy」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora