shoot down » min yoongi

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—Dispara. ¡Dispara ya, Min!

Su voz hace eco en mi cabeza, pero me es imposible apretar el gatillo. Aunque lo intento, mis músculos se niegan a reaccionar a las ordenes que desde mi cerebro les envío.

Son esos condenados, ese par de ojos oscuros como la noche que nos rodea y brillantes como si aguardaran mil constelaciones en ellos. Son esos malditos ojos los que no me dejan terminar con esto.

Aunque ella trata de mantener el rostro serio, creando un escudo que me impida adivinar sus sentimientos, la conozco demasiado bien como para no saber lo que está pensando. Se está arrepintiendo de haberme conocido, de haber accedido a bailar conmigo en aquella fiesta de mala muerte. Por su mente están pasando todos nuestros recuerdos juntos como si de una película se tratase. Desde nuestro primer beso hasta la primera noche que pasamos juntos. Sus "Te quiero" susurrados en mi oído mientras nos fundíamos en uno solo. E igual que ella lo está reviviendo, mi mente me tortura, reproduciendo aquellos mismos instantes. Su voz resuena en mi cabeza, acallando los gritos de los otros tres hombres forzándome a hacer aquello.

—No tenemos más tiempo, Min. O lo haces tú o lo tendré que hacer yo.

—¡Cállate de una puta vez, Park!

—Tendrías que haber terminado con ella hace por lo menos diez minutos. Nos van a pillar y será tu culpa. Al Lobo no le hará ninguna gracia saber que cuatro de sus hombres han sido pillados y la Reina sigue viva.

Abro los ojos de nuevo, encontrándome con el rostro de la chica, ahora más triste. Sus mejillas brillan bajo la luz de la luna que se filtra por entre las copas de los árboles. Evito fijar los ojos en las heridas esparcidas por toda su piel clara y sonrosada; manos, rodillas y rostro. Sé que si lo hago terminaré por desplomarme frente a todos. Dos lágrimas lastimeras surcan sus carrillos, arrastrando con ellas la mugre y la sangre.

Sus labios, redondos e hinchados, esos que tanto disfrutaba degustando, se entreabren y dejan escapar un suspiro entrecortado. Una nube espesa la rodea y enseguida su cuerpo se estremece. Deja caer su cabeza, cortando la conexión entre nuestras miradas. Cierra los puños sobre su falda, recogiendo la tela y arrugándola. Esta no tarda en teñirse de un tono escarlata similar al mismo que decora las heridas en su cara y rodillas.

Aquella dama que una vez fue comparada con una muñeca de porcelana; pura, clara como el alba y reluciente como el mismo sol que iluminaba el reino cada mañana, naciendo de entre las colinas del Este. Ahora estaba mancillada, había sido destruida por aquellos en los que ella más había confiado. Han sido las mismas manos que hacía meses acariciaban sus mejillas y tejían su pelo, las que la han arrastrado hasta este claro en el bosque lo más alejado de la sociedad para que nadie sea consciente del crimen tan atroz que estamos a punto de cometer.

Soy un monstruo.

Escucho como Park se adelanta, pasando de largo por mi lado y caminando directamente hacia la chica derrotada. Él me mira a los ojos con una sonrisa ladina en su rostro. Toma entre una de sus manos un buen mechón de los oscuros cabellos de la Reina y tira de ellos hasta que su rostro enfrenta el mío de nuevo.

—Ambos sabíais a lo que os ateníais. Min, tú sabías perfectamente cómo iba a terminar esta historia y aún así accediste a liarte entre sus sábanas y entrometerte entre sus piernas. Eres un estúpido. Y tú, Reina, sabías que este era un juego peligroso para una muñequita como tú. Ridícula —escupe con rabia—. Hazlo.

Lo demanda con un tono que hace que todo un torrente de terror me cruce de los pies a la cabeza. Afianzo el agarre alrededor el mango del arma. Trago saliva y dejo escapar un suspiro entrecortado acompañado de su correspondiente nube de vaho.

Cierro los ojos, separo las piernas y yergo la espalda. Puedo oír Park celebrar que finalmente me haya decidido a hacerlo.

Las gotas perladas y heladas que brotan de mis ojos corren por mi rostro helado hasta perderse en el cuello de mi chaqueta. Me muerdo el labio y respiro una última vez, tomando una fuerte bocanada de aire.

—Lo siento.

Las palabras escaparon de mis labios en un murmullo que fue ahogado por el fuerte estallido del arma. Los pájaros huyen despavoridos de las copas de los árboles, no queriendo ser espectadores de aquella aterradora escena. Park grita y suelta a la Reina para dirigirse a mí.

Mi cuerpo tarda menos de dos segundos en filtrar hasta la última unidad de energía de mi cuerpo. Juro que puedo sentir el preciso instante en el que m propio corazón deja de latir y todo el mundo a mi alrededor se apaga. Con una sonrisa en los labios y la imagen de la sonriente Reina a la que había conocido tres años atrás reluciendo en la oscuridad de mi imaginación.

La deuda ha quedado saldada con una vida, la mía. La Reina podrá seguir viviendo, experimentando y quizá, en el futuro, encontrará a alguien que sepa amarla como yo no pude. Es lo que merece.

Lo siento, Reina. Siento no haber sido el hombre que merecías ni necesitabas.

Min Yoongi
1737-1762


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