Capítulo 2
—¡Dios! ¿Es que no tenéis casa? —le preguntó Ryan a su hermana, elevando los ojos al cielo.
Sachy ni se inmutó. Se lo decía todos los días, cuando ella y Bob iban a ver a los pequeños Ryan antes de retirarse a su casa, a apenas unas decenas de metros en la misma calle.
Normalmente también acudía Richie, y la visita se prolongaba hasta que los pequeños estaban dormidos en sus cunas y era la hora de la cena.
Nora ya conocía la costumbre y preparaba comida abundante.
Dependiendo de lo cansados que estuvieran y de lo animada que fuese la charla, Ryan conseguía echarlos antes de la medianoche.
Desde que Richie se marchara, casi una semana antes, la conversación terminaba decayendo, lo echaban de menos y no querían abordarlo.
A pesar de que llevaba una buena temporada bastante serio y retraído, algo desacostumbrado en él, era un buen conversador y le encantaba crear polémica. Su deporte favorito era meterse con Zimmer, que le aguantaba todo con su forma de ser amable y paciente.
A Ryan y Kelly les encantaba tenerlos en casa, ya que junto con los pequeños Frannie y Dennis, y con Nora, formaban una gran familia.
Frank y Dixie iban de vez en cuando a ver a los niños, momentos en los que, misteriosamente, Richie tenía alguna cita o encargo, por lo que no solían coincidir.
Frank seguía trabajando en el departamento de policía de la ciudad, y ocupaba sus ratos libres en el aeródromo, donde se encargaba de la mejora de las comunicaciones y puesta al día de los equipos electrónicos de los jets privados.
Kelly y Dixie, en ocasiones, se enfrascaban en conversaciones sobre su profesión y Ryan no dejaba de ver que a su pareja se le iluminaban los ojos, echaba de menos su trabajo.
Ella pensó que lidiar con dos bebés la dejaría agotada, las conversaciones que escuchó en la preparación al parto poco menos que la preparaban para pasar un año al borde del colapso. Nada que ver con su experiencia. Tenía ayuda suficiente, y jamás se sintió tan descansada y feliz.
Por una parte, Nora siempre estaba dispuesta a atenderlos si lloraban o necesitaban el biberón, por otra Ryan había pedido una excedencia y tampoco los perdía de vista.
Era por eso que al policía no le extrañó el que ella le comentase que pensaba pedir plaza en el departamento de biología de la universidad de Los Ángeles. Iban a abrir un departamento nuevo donde se investigarían especímenes recién llegados de la Antártida, gracias a un convenio con la universidad de San Diego.
—Lo cierto es que no tengo muchas posibilidades, solo quiero saber qué te parece... —le dijo, acariciándole distraída el pecho.
Ryan la pegó a él y le dio un beso en la frente. Los bebés dormían, la casa estaba en silencio, y ellos se sentían satisfechos después de tener sexo por segunda vez ese día. El detective no le diría que aquello sí que lo echaría de menos, el abordarse en cualquier momento y correr a su dormitorio, arrancarse la ropa mutuamente y hacer el amor tan rápido o tan despacio como las circunstancias les permitieran.
—Todo lo que te haga feliz me parece bien, ya lo sabes.
—De todas formas, todavía es pronto, las plazas no salen hasta dentro de tres meses, los bebés cumplirán nueve, ya no serán tan pequeños...
Él le puso un dedo en los labios.
—Nora y yo seremos capaces de cuidar que no se den a la bebida y las drogas hasta que cumplan al menos tres años, tranquila.
ESTÁS LEYENDO
Tatuaje Blanco (Instinto de manada III)
ActionRichie vuelve a su hogar de infancia, un sitio en el que fue feliz y que terminó odiando. Bosques, el murmullo de las hojas, el canto del riachuelo..., parajes y sensaciones que le recuerdan a su madre. En su honor luce el único tatuaje que adorna...