Mis padres se ponen de los nervios en días como hoy. Hoy es Nochebuena. Cenamos todos en familia en casa de mi abuela. Nos reunimos unos veinte y cinco o treinta personas. Cada uno se encarga de una tarea y a mis padres se le va un poco de las manos. Les encanta llevar todo tipo de complementos para todos, gorros de Papa Noel, serpentinas y lo que nunca puede faltar es el maldito jersey navideño. He de ser sincera y decir que con el tiempo le he pillado hasta cariño, pero eso de ir todos con el mismo modelo me parece excesivo.
Todo eso lo llevan porque quieren, porque su cometido este año era llevar las bebidas. Pero ellos siempre exagerando.
A mis padres la navidad les gusta un montón. Todos los años el día que colocan el árbol de navidad invitan a todos sus amigos y compañeros y les hacen traer a cada uno un adorno para colocar en el árbol. Dicen que así tienen un pedacito de cada uno esta navidad.
Sinceramente a mi todas esas cosas me dan bastante igual. A mi vivir en un sitio con playa a 23 grados me parece para quitarte todo el espíritu navideño.
Por mucho que mis padres estén metidos en el espíritu navideño, la puntualidad no es lo suyo. Llegamos los últimos.
El ambiente en casa de mi abuela es muy agradable. Suenan unos villancicos de fondo y todo el mundo va de allí para acá. Mis primos pequeños corretean por toda la casa. Los mayores están a sus cosas hablando. Y los de mi edad... no hay ninguno de mi edad.
Lo peor de todo es que para cenar nos separamos en dos mesas. La de los mayores y la de los pequeños. Todos los años pienso que será el año que ya me sentarán en la de los adultos. Pero no, este año tampoco ha habido suerte. Estoy con todos los enanos en su mesa. Van colocando bebidas y platos algunos de mis tíos. Otros preparan instrumentos. Porque aquí siempre se canta con guitarra, cajón y panderetas. Parece muy profesional, pero aparte de rascar una botella de anís del mono con una cuchara nadie sabe tocar nada más.
Mis primos pequeños pelean por el programa que quieren ver en la tele. Empezamos todos a comer. Con el ruido de las voces, las risas, la tele y los villancicos a mi cabeza se une un runrún recordándome que ayer pasé un día fantástico con Patri.
Estoy un poco rayada porque yo nunca había llegado a más de enrollarme con nadie. Y ayer parecía que podríamos haber llegado a más. En el fondo agradezco que sonase el móvil. Porque si hubiésemos llegado a más... no tengo ni idea de qué debo hacer.
Con Manu el máximo que hemos hecho ha sido magrearnos por dentro pero no mucho más.
Con este jaleo de día, de aquí para allá, preparando cosas de navidad no he sido consciente de que no he hablado con Patri nada de nada. Aunque la he tenido todo el día en la cabeza. Quizás esté enfadada por cortarle el rollo ayer; o quizás ya no quiera saber nada de mí.
Me apetece escribirle. Pero hoy es un día familiar, seguro que está con toda su familia.
Fijo que está más entretenida que yo, porque a mí se me va hacer una noche larguísima.
No encajo con nadie. Los mayores me tratan como una niña y los pequeños como una adulta. En fin, que mis temas no le interesan a nadie, ni a mí me interesa nada de lo que hablan los demás. Antes sí me interesaban más cosas de mis primos mayores. Pero ahora solo hablan de hipotecas, créditos, pañales y se han vuelto mazo de aburridos. Eso sí, son los que mejores regalos me hacen. Espero que este año no hayan perdido el gusto.
Creo que le voy a escribir a Patri y así me quito la cosilla de que esté enfada o algo.
Hola! Feliz nochebuena. ¿que tal lo llevas?– le escribo en un mensaje.
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Las etapas del amor
Teen FictionAitana tiene 16 años, vive en un pueblo y tiene novio. Le encantan las motos y escribir. Todas las navidades las pasa en casa. Lo que no sabe Aitana es que este año conocerá a Jon, Gael y Patri y su vida cambiará para siempre. *Obra registrada en el...