Capitulo 2

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Decidí dejar al político viviendo su vida, mientras que DataPop grababa todo el sistema para que yo pudiera escucharlo tranquilamente después. Eventualmente algo va a salir. Siempre lo hace. No importa que tan buena parezca una persona al principio, si le das tiempo suficiente te va a mostrar lo que esconde. Y esto es especialmente cierto con los políticos.

Aunque espiar a Caballero fuese lo más importante no era mi único trabajo. Quedaba la vigilancia diaria. Al principio de cada mes me asignaban varias personas a las cuáles tenía que controlar, ver lo que hacían, de que trabajaban o estudiaban, descubrir sus opiniones políticas, religiosas, económicas y sociales, saber cuáles eran sus planes, sus sueños y deseos para poder calificarlos en el sistema de puntos y determinar su grado de peligrosidad para el gobierno y si merecían ser recompensados o castigados. Ordené la lista por edad. Siempre me gustaba empezar por los de mayor edad. No hacían mucho y decían abiertamente lo que pensaban.

Por lo general tengo suerte en las asignaciones que me tocan, pero de vez en cuando sucede tener que seguir al tipo de persona que hace miserable mi vida en el trabajo y fuera. Si es que la mía se puede llamar vida.

Era Elisa González. Mujer. Veinticuatro años. Trabaja en el área de recursos humanos en una obra social desde 2015. En pareja desde 2016. Durante el resto del día tuve que escuchar y leer en tiempo real lo que hacía y buscar entre sus mails y conversaciones pasadas. Era demasiado doloroso. "Te quiero, amor" escribía ella. Muchos emojis de caras enamoradas y corazones rojos. "Te extraño". "Novio". "Novia". Todas palabras que conocía, pero que me sonaban raras, como si estuvieran en otro idioma. A lo mejor era porque las había escuchado o leído muchas veces, pero jamás dirigidas a mí.

Miré sus fotos juntos, de vacaciones, cenando en sus departamentos, abrazados en un sofá mirando televisión, en un bar solos o con amigos. Siempre felices. Siempre uno al lado del otro. Siempre amándose y estando ahí para el otro. ¿Serían conscientes de la suerte que tienen por poder experimentar eso? ¿Lo sos vos? ¿Entendés lo que significa poder mirar a los ojos a alguien a quien amas y que alguien que te ama haga lo mismo? Me imagino que no serás como yo, un adulto que jamás ha dado un beso. Nadie es tan raro. Y si lo sos, quiero decirte algo: no es culpa de nadie más que vos. Hay algo mal en nosotros que nos hace ser así y es lógico que nadie quiera a algo roto cuándo hay millones de personas normales para elegir. Tipos sobran en el mundo. Muchos y mejores que yo.

Lo bueno de que cada uno de nosotros esté separados por cubículos y que cada uno tenga los auriculares puestos es que estamos virtualmente aislados entre nosotros. Eso fue muy conveniente cuándo no pude aguantar más el dolor en el pecho que sentía y comencé a llorar mientras Elisa sonreía al escribirle por WhatsApp a su novio. Verle el brillo en los ojos me destruyó. Solía tener esta especie de ataques, pero normalmente me aguantaba hasta llegar a mi departamento. La única forma de lidiar cuándo esto pasa es llorar hasta que no puedo más. A veces pienso que es como una válvula de escape, como si acumulara tristeza y soledad y eventualmente explotaran. Estaba acostumbrado a que sucediera fuera del trabajo, pero esto era nuevo.

A las 18 horas junté mis cosas y apagué mi computadora. Si alguien (de alguna forma) pudiera revisarla, no encontraría nada. Estaría como si fuese la primera vez que la prendían. Todo desaparece. Bajé por las escaleras para evitar estar en el ascensor con alguno de mis compañeros y salí a la calle. El cielo estaba cubierto por nubes negras. Caminé hasta la boca del subte, dejándole cincuenta pesos en billetes de diez a una mujer que vivía entre unos cartones. Me apoyé en una de las puertas del vagón, con mis auriculares puestos y el volumen al máximo. Intentaba tapar los pensamientos en mi cabeza sobre lo solo que estuve, estoy y voy a estar por lo que sea que quede de mí vida. Pero parece que tengo un imán para atraer parejitas de mí edad o más jóvenes. Mis auriculares me protegían de escuchar sus voces, pero me era imposible no ver, de vez en cuando, verlos besarse, abrazarse, tomarse de las manos o jugar con sus pies. Entonces era imposible detener el dolor que sentía.

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