Capítulo dos

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La vida te da sorpresas.

Sorpresas te da la vida. ¡Ay, Dios!

(Rubén Blades, "Pedro Navaja").

—Leo San Juan —Kubo repitió el nombre como si fuese una figura de vidrio. Preciosa y peligrosamente frágil.

—Efectivamente —el Charro asintió.

—¿Qué pasa con él?

—Este... Escuincle— procuró no pasarse con todos los comentarios que tenía en contra del castaño—, iba a ser mi sucesor. Tenía casi todas las cualidades que se necesitan para ser un gran Charro Negro: pasado desgarrador, valentía, maldad, orgullo y la capacidad de ver a los muertos.

—¿Pero? —el nipón alzó una ceja.

—Es una larga historia que me duele recordar, pero ese no es el punto —hizo un ademán con la mano —. Algo muy malo ocurrió y cambió las circunstancias de su destino. Ahora el condenado anda comiendo tamales, feliz de la vida, y yo debo sufrir con este horrible trabajo por toda la eternidad —lo último lo dijo con un sollozo falso.

—¿Entonces?

—Planeo vengarme, despojarlo de lo más preciado que tiene: su vida. Y por eso, mi querido tuerto, necesito tu ayuda.

—Primero, no me diga "tuerto" —Kubo dijo con enojo —. Segundo, ¿Me está pidiendo qué mate a ese niño? ¿¡No ve lo inhumano que es eso!?

—Niño, ni siquiera soy humano; adapté esta forma hace mucho tiempo —el Charro explicó con una sospechosa tranquilidad—. Y no, no te pido a ti que lo mates. Pido que me lo traigas.

—¿Y es qué no puede ir hacia él?

El Charro se preguntaba si el niño esperaba su visita y había planeado un puñado de preguntas. "Pinche mocoso cuestiona-todo" pensó.

—No. No puedo.

—¿Por qué?

—¿¡Quieres dejar de hacer preguntas!? ¡Este no es un interrogatorio realista, pues! —gritó, llegando al límite de su paciencia.

Kubo retrocedió "Hekku (Diablos)":*

—No te incumbe el porqué debo matarlo ni el porqué no puedo ir por mi cuenta, ¿Bueno? Solo haz el favor de traérmelo y estaremos a paz.

—Y suelta a mi abuelo y nos deja tranquilos —sentenció el menor.

—Eres muy desconfiado, Kubito—el "hombre" se rio—. Para que veas que soy sincero, te lo dejaré en forma de trato: Leo San Juan por tu abuelo, ¿De acuerdo? — le extendió la mano.

—Sí— respondió cortante a la vez que sellaba el trato.

Sin embargo, antes de que se soltaran, el Charro lo jaló y le susurró al oído: —Tienes muy poco tiempo, y si no vuelves a tiempo, me quedaré con el alma de tu abuelo y con tu preciado ojito, y me aseguraré de que el resto de tu vida sea un infierno. ¿Queda claro?

Asustado, el nipón asintió y, rápidamente, se zafó de su agarre.

—Cuando veas a una urraca toparse en tu camino por primera vez, significa que el plazo de la misión empieza. Hasta que te vuelvas a topar con ella, tendrás el tiempo permitido.

—Entendido. Pero usted no le harpa nada a mi abuelo durante ese lapso.

—Listo, chamaco —asintió—. Fue un placer hacer negocios contigo. Despídete de tu abuelo y vete.

Lo Que El Charro Nos Dejó (Hiatus).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora