Capítulo seis.

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Leo

El poblano miraba con pavor el cuarto en donde estaba encerrado. Los vértices de las paredes estaban llenos de moho y arañas. Del techo goteaba los restos de la tormenta de hace unas horas, la cual había destruido todo a su paso, con la excepción de la hacienda. Quería asomarse a la ventana enrejada, pero las cadenas que aprisionaban sus brazos no se lo permitían.

No sabía cómo había llegado ahí. Ni siquiera tenía el recuerdo de haber salido de Puebla. Solo sabe que despertó en un lugar misterioso, encadenado y con un dolor en su brazo derecho que alguna vez recordó sentir.

Miró dicha extremidad y se encontró con la desgracia de ver una segunda línea de la vida larga y sangrando. ¿No qué ya no la tenía? La línea se hacía cada vez más profunda y más del tejido líquido caía al piso. Leo quiso luchar , pero las cadenas tenían muy buen agarre y la sangre perdida lo estaba dejando sin alientos. Se desplomó contra la pared, asustado y débil.

— ¡Déjeme salir de aquí! — gritó con todas sus fuerzas.

Escuchó unos pasos acercarse a la puerta. Eran lentos. Quizá alguien lo oyó y se acercó para rescatarlo.

¿O no?

La puerta se abrió estrepitosamente y le dio paso a una sombra negra. No se le notaban las facciones ni mucho menos algo que lo delatara como humano. Era simplemente una sombra oscura que, al parecer, lo miraba.

San Juan pensó que toda su debilidad física le estaba haciendo ver mal a las personas y que esa mancha era en realidad una buena alma que lo ayudaría a salir de ahí.

Sin embargo, el terror se adueñó de su cuerpo cuando alguien habló:

— Nunca te ibas a librar de mí. Nunca.

Leo tragó saliva. Esa voz... ¿Podrá ser?

— No... No es posible— quedó corto en palabras.

— ¿Me extrañaste? — la voz soltó una risa escasa de humor.

— ¿Cómo es que estás vivo?

— ¿Y tú como es que estás muerto?

— ¿Qué? ¿De qué...

Todo ocurrió en dos segundos: la sombra voló hacia el rápidamente y Leo sintió un dolor agonizante invadir su cuerpo. Bajó la mirada a su camisa, la cual adquiría humedad y color carmín. El aire se le hizo insuficiente y sus ojos le empezaron a pesar. Gritó y lloró sin poder detenerse.

"No... No, no, no. ¡Esto no puede estar pasando!".

Antes de que cayera en los brazos de la odiada pero inevitable muerte, algo susurró contra su oreja palabras igual de dolorosas al ataque:

— Nunca debiste confiar en él.

Una última lágrima escapó de su ojo.

Y un último grito dio por concluida su corta vida.

— ¡No! — apartó las sábanas y se incorporó. Sudaba y pasaba una mano por su cabello repetidamente, tratando de tranquilizarse.

Fue un sueño.

"Un maldito sueño" pensó, secándose el sudor que caía de su frente.

No estaba en ningún cuatro oscuro lleno de moho y encadenado, sino en su habitación en su amada ciudad natal. La recorrió con la mirada para asegurarse de ello, y fue así cuando cayó en cuenta de que Kubo no estaba en la otra cama.

Lo Que El Charro Nos Dejó (Hiatus).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora