CAÍN
-Caín...- pronunció la rubia mirándome con aquellos ojos que tan bien recordaba y tan mal traté de olvidar.
-Beaumont- le devolví mi usual mirada inexpresiva y fría.
Era cierto que no la veía desde hacía poco más de un año y verla era... no sé, no podía explicarlo. Siempre me resultó difícil comprender qué era lo que mi pecho me quería decir, que era eso por lo que tanto luchaba contra mi mente y el porqué de esa capa gruesa que empañaba mis emociones.
Supongo que debía estar, ¿contento de verla? Pero tampoco conocía ese sentimiento, sabía reconocerlo cuando el resto de personas estaban contentas pero jamás llegué a experimentarlo.
Y la verdad era que tampoco quería darle importancia, no quería pararme a pensar y analizar cómo debía ser cuando la parte sensitiva de mi cerebro que debía hacer mis experiencias socializadoras normales era ineficaz para esta moralidad. No quería tener que volver a darle vueltas al defecto innato que poseía para establecer vínculos con las personas.
Mi mente era demasiado compleja para que ni yo ni nadie nos pusiéramos a analizarla o a intentar sacar conclusiones de cómo podía llegar a pensar y que era lo que sentía si es que sentía algo en lo absoluto.
El terreno afectivo de mi mente nunca llegó a desarrollarse bien y siempre tuve problemas para aceptar los castigos que me imponían, probablemente debido a la ausencia de culpa, vergüenza y empatía. La mayoría de las personas desarrollaban la culpa y la empatía desde la infancia y cuando se daban cuenta de que estaban lastimando a alguien paraban de inmediato pues sabían que estaban sufriendo. La cosa era que mi cerebro entendía el dolor que por mi culpa alguien estaba sufriendo pero no llegaba a procesarlo del todo bien y al carecer de empatía no llegaba a pensar que lo que estaba haciendo estaba mal, por lo que continuaba con ello. Sin hablar de que al no sentir el remordimiento ni la culpa no me resultaba difícil continuar torturando animales o personas sin llegar a sentir lo que todo el mundo debería sentir en una ocasión como aquella. Lo único que mi cerebro hacía era liberar y liberar endorfinas que corrían por mi sangre y me alentaban a continuar con mi acción. Ni siquiera llegaba a ser un sentimiento como tal, era más bien... una reacción indebida de mi cerebro ante el dolor. Todo porque este no llegaba a funcionar del todo y me encasillaba como una persona con un trastorno de la personalidad antisocial. Es decir, era un psicópata aunque también era sociópata. Y seguramente penséis que esto era una gran contradicción ya que si erais un poco curiosos y leías libros de psicópatas que asesinaban de forma burda y los cuales me hacían reír intensamente por lo absurdo que eran habríais llegado a la conclusión de que esos dos términos eran diferentes.
Ya que mientras que los psicópatas eran más meticulosos y calculadores, los sociópatas podían llevarse en muchas ocasiones por una impulsividad que los psicópatas no tenían. Sin hablar de que por más difícil que pudiera resultar, el sociópata llegaba a sentir emociones más humanas mientras que a el psicópata le resultaba una tarea demasiado complicado ya que cuando se suponía que sentían un tipo de emoción ellos no conocían cómo era sentirse así y solían ignorarlo. Y bueno, la gran e importante parte que los diferenciaba a la vez que podía explicar cómo una persona podía ser las dos cosas a la vez era que los psicópatas nacían mientras que los sociópatas eran creados.
Yo tenía una grave enfermedad heredada por mi padre que me hizo ser como era, no sentir prácticamente en lo absoluto, y digo prácticamente porque dejaremos a Harriet para después. Y me dio este don para no sentir remordimiento al hacer lo que hacía y el poder de no sufrir de dolor físico. Pero eso no se quedó ahí ya que por si no fuera poco, cuando era un niño viví una vida en la que me despreciaron y maltrataron hasta el punto de avergonzarse de mí. Mi madre disculpándose antes de tratar de asesinarme para que "dejara de sufrir siendo un monstruo" y luego suicidarse junto a mí. Pero con lo que no contaba ella era que un niño de ocho años psicópata con un padre también psicópata era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que era lo que las pastillas le harían y asfixiarla. Ahí fue cuando descubrí cómo se alteraban mis endorfinas y lo acelerado y placentero que todo se volvía. Mi infancia fue lo suficientemente horrible para llevarme a hacer acciones como aquella que me convirtieron en un sociópata e hicieron que protegiera mi mente de los demás y me aislara para no desarrollar una buena interacción social.
ESTÁS LEYENDO
Mentes Imperfectas
Mystery / ThrillerEllos eran peligrosos, ingeniosos y astutos. Podrían parecer simples adolescentes problemáticos emocionalmente inestables, pero eran más que eso. Ellos no tenían piedad, menos aún remordimiento, y si en algún punto habían llegado a tenerlo yo no lo...