-Harriet, espero que ya estés lista. Jurian Culpepper está esperando en la puerta y sabes que...
-...es de mala educación hacer esperar a los invitados- completé por él rodando los ojos y acomodando mi suéter mientras bajaba las escaleras.
Había decidido vestirme de tal manera que diera buena impresión y que no gritara "es la hija de un asesino". Elegí un suéter de punto con el cuello de pico de un bonito color verde pastel que combinaba con la claridad casi transparente de mis ojos. Tomé un vaquero negro liso, mis usuales converse blancas que no me quitaba ni para bañarme y decidí dejar mi melena rubia suelta cayendo más abajo de mis hombros.
Entré a la cocina a trompicones y dándole una sonrisa cálida y rápida a nuestra cocinera Terry, cogí una tostada con mermelada de arándanos y antes incluso de recibir el reproche de esta por no comer como debía en la comida más importante del día me escabullí para dirigirme a la entrada.
Nuestra casa era gigante por lo que para llegar al hall desde la cocina debía bajar otro tramo de escaleras en lo que no dejé de darle vueltas a la cabeza, estaba hecha un desastre.
Esperaba que ese tal Jurian fuera diferente, que no se dejara llevar por el simple hecho de querer agradar a mi papi y que realmente pudiéramos ser amigos de verdad. Por una vez no estaría mal tener algo que no fuera falso o escogido por mi padre.
Era muy patético y desconsolador saber que los únicos "amigos" que habías tenido a lo largo de tu vida habían sido porque tu padre así lo había querido y no porque ninguno de vosotros lo quiso. Así que por una maldita vez pondría mis esperanzas en este muchacho.
Ojalá no me falles Jurian Culpepper, no será bueno para ninguno.
Con las manos temblando como flanes me reproché mentalmente por ponerme nerviosa por estas tonterías cuando yo siempre era tan segura de mí misma.
Maldiciendo, tomando mi mochila del armario del hall e irguiendo mi postura suspiré con profundidad y tras abrir la primera de las puertas de mi lujosa casa me dispuse a abrir la que me revelaría a mi nuevo amigo.
-Hola, soy Jurian Sander Stevens Culpepper, pero puedes llamarme Jurian- sonrió nervioso y le devolví la sonrisa algo más forzada de mi parte.
-¡Me voy a clase papá!- grité con fuerza haciéndole fruncir el ceño al chico frente a mí.
-Te llevaría en coche pero yo no tengo coche, así que andando tendrá que ser. Además es bueno para el cuerpo, hay gente que debe perder unos michelines de más.
Bueno, este chico no era ni alejadamente la idea que tenía de un chico que trabajara con mi padre, era... demasiado normal, demasiado feliz y un poco demasiado tonto. Claro, salvo que el tipo vestía con una guantes antisépticos, pero por lo demás era como cualquier otro adolescente.
Tuve que examinarlo y analizarlo durante unos minutos hasta que llegué a la conclusión de que realmente este chico era raro de cojones y que no parecía tener nada que ver con mi padre. Por un momento deseé no haber cerrado la puerta para poder asegurarme de que este era el chico de verdad, el verdadero Jurian, o si era un impostor.
Tenía una complexión algo delgada de hombros no muy anchos pero que tampoco lo hacían parecer un crío. Sus brazos se venían delgaduchos pero estaba segura de que tras esas ropas escondían buenos músculos, sobretodo porque tenía un porte alto y su camiseta de una caricatura que no conocía marcaban algo de su abdomen y no parecían ser esos michelines que tanto debía hacer desaparecer. Pero aunque fuera algo caliente, nada como Kai, tenía un aire muy tierno. Tenía unas mejillas sonrosadas por el frío al igual que su pequeña y redonda nariz llena de pecas que lo hacían achuchable. Su cabello era una mata castaña desordenada pero a la vez peinada hacia atrás dejando admirar sus definidos rizos. Sus ojos eran grandes y del mismo color castaño que su pelo y le daban una expresión aún más pícara de la que ya tenía en el rostro. El tipo no sería un modelo de pasarela pero no estaba nada mal.
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Mentes Imperfectas
Mystère / ThrillerEllos eran peligrosos, ingeniosos y astutos. Podrían parecer simples adolescentes problemáticos emocionalmente inestables, pero eran más que eso. Ellos no tenían piedad, menos aún remordimiento, y si en algún punto habían llegado a tenerlo yo no lo...