Capítulo 1

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Harriet, Harriet Beaumont.

Hija del famoso despiadado, mafioso, asesino y torturador James Beaumont, aunque claro estaba, nadie conocía eso de mi padre.

Salvo los amigos que hacía alrededor de todo el mundo en los lugares a los me mudaba.

Adolescentes en apariencia normales y apróximadamente de mi edad que mi padre elegía para que fueran una especie de "amigos". Aunque en verdad creo que solo lo hacía para que no estuviera sola y me evadiera a mi propio mundo, cosa que apreciaba pero que a la vez era un tanto molesto. Yo sabía que esos adolescentes solo trataban conmigo y se hacían pasar por mis "amigos" delante de mi padre para agradarles y ganarse su orgullo.

Cosa también un tanto extraña y misteriosa ya que ¿para qué querrían unos adolescentes agradar a un asesino serial? Y no tenía nada que ver con su propia protección ya que siempre veía a mis supuestos amigos en la casa en la que me estuviera alojando hablando con mi padre o con sus hombres y estos dándoles órdenes o pasando mercancía e incluso armas. Sin hablar de todas estas reuniones que se llevaban a cabo en mi casa en la que un grupo de siete personas, a los que muchos identificaba como menores de edad, vestían máscaras y hablaban con sobrenombres.

Siempre quise infiltrarme en estas reuniones pero desde pequeña mi padre había comenzado a apartarme de todos sus asuntos turbios, cosa que también me daba una increíble rabia ya que siempre vivimos juntos y yo nunca fui tonta.

Era obvio que conocía acerca de la reputación de mi padre. Además de que había estudiado artes marciales y lucha libre y podría romperles el cuello a todos los hombres de mi padre a la vez, sin contar que era una increíble investigadora y podía pasarme días espiando a los adultos y escuchando sus conversaciones a escondidas.

En varias ocasiones traté de hackear el servidor de mi padre pero nunca había sido demasiado buena en cuanto a ordenadores se refería.

Por eso mismo me sorprendió que al cumplir diecisiete años siguiera alejándome de todas sus movidas y sus grupitos de adolescentes gígolos que parecía más que asistían a una orgía que a una reunión de jóvenes asesinos. O bueno, yo creía que debía ser eso. No todos los días las orgías dejaban lagos de sangre en el suelo, a menos de que hubiera una virgen con la vagina demasiado grande...

Así que cuando me enteré que nos mudábamos a Estados Unidos no pude por más que saltar de alegría. Aquel era un país libre, no como en el que estuve viviendo hasta entonces, Polonia. Allá estaba segura de que mi padre me dejaría meterme en una de sus asociaciones, ya era mayor, había vivido toda mi vida rodeada de armas, estrategias para secuestros, manipulación, tortura y asesinatos.
Sin contar que me había formado a la perfección y había aprendido todo lo necesario acerca de ser la mejor asesina serial de la historia.

Aunque mi padre siempre me negó el derecho a conocer esta información yo tenía mis propios métodos, sino no sería su hija. Y la verdad era que la manipulación se me daba de maravilla, la emocional y la mental, ambas por igual.

Por lo que nunca me resultó demasiado difícil convencer a sus hombres de asistir a sus prácticas de lucha libre o karate al igual que a las de lanzamiento cuchillos y las teóricas. Aunque estas fueran una mierda, siempre era necesario conocer buenas técnicas para hacer que tu víctima se desengrara lo máximo posible sufriendo el mayor dolor y en el mayor tiempo posible, es decir, una tortura hecha y derecha.

Tampoco venía mal conocer qué era lo que debías hacer si querías matar a alguien sin dolor, dejar inconsciente a una persona sin llegar a matarla o causar daños graves, en donde debías clavar el cuchillo y como debías moverlo para que el golpe fuera certero y que debías hacer en caso de que tuvieras que escapar con rapidez de un país y cambiar de vida e identidad.

Mentes ImperfectasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora