En un mundo sin principios éticos, donde la vida humana es el precio a pagar por obtener armas perfectas, no hay lugar para albergar grandes esperanzas.
Acompaña a Vincent Andersen; un desdichado muchacho obligado a formar parte de un programa expe...
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— Señor, no ha habido ningún superviviente —anunció el comisario con la voz apesadumbrada.
La respiración del general, que acababa de llegar a la escena del crimen, todavía sonaba entrecortada ante la cruda imagen que se presentaba ante sus ojos. Su ostentosa gabardina plagada de insignias estaba completamente calada por la intensa lluvia a la que había tenido que enfrentarse en el camino, antes de poder acceder a las dependencias donde había sido solicitado con urgencia.
— ¿Cómo demonios ha podido pasar esto? —preguntó sacudiendo la cabeza, como si se negase a acabar de asimilar lo sucedido.
En su extensa trayectoria en el servicio militar había tenido que enfrentarse a la muerte en incontables situaciones, sin embargo, jamás había visto algo semejante. En el silencio de la noche, el murmullo de la lluvia se entremezclaba con el repiqueteo de la sangre que aún goteaba incesante por la enorme mesa circular del Consejo. A su alrededor, se encontraban dispuestos como títeres sin cuerda una docena de cadáveres degollados y desplomados sobre sus asientos; todos diplomáticos y altos cargos en un lugar donde se suponía que la vigilancia era exquisita.
— Las grabaciones de seguridad no han mostrado ningún intruso en la sala —afirmó el comisario—. Aunque cueste creerlo, solamente estaban ellos.
— ¿Quién inició el ataque? —preguntó tajante.
— No hubo ningún ataque, señor Ashfield...
El general le dedicó una mirada de soslayo ante su afirmación y se cruzó de brazos en actitud inquisitiva.
— ¿Está insinuando que se trata de un suicidio colectivo? —cuestionó en un tono a medio camino entre la incredulidad y la ofensa.
— N-No insinúo nada... —confesó cabizbajo—. Simplemente expongo lo que han filmado las cámaras.
— ¿Hay alguna señal de manipulación en las imágenes? —restalló nuevamente la voz del general con un enfado creciente.
— En absoluto, señor —negó con la cabeza—. En mitad de la reunión, el ministro ucraniano sacó una cuchilla y se degolló ante el asombro del resto...
Sin dejar que terminase la explicación, el señor Ashfield alzó la mano para reclamar su silencio y arrugó la frente con una visible molestia.
— ¿Cómo pudo pasar los controles de seguridad con un arma blanca?, ¿nadie le detuvo? —interrumpió el general sin abandonar su irritación.
— Sospechamos que no actuaba solo —replicó el comisario con voz serena—. Estamos interrogando a todo el personal de seguridad para dar con los responsables.
Aunque trató de demostrar que la situación estaba bajo control no consiguió aplacar la inquietud del general, que comenzó a recorrer la escena sin atreverse a cruzar la cinta policial que acordonaba la zona.