Capítulo II

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«Tenemos que hablar.»

Aquella oración hizo eco hasta lo más profundo del joven Amajiki mientras lo único que podía hacer era verlo con desasosiego, con el cuerpo totalmente estático. Instantáneamente se puso nervioso y su lenguaje corporal no hizo más que delatarlo.

—¿H-hablar sobre qué? —titubeó.

—Hay unas cuantas cosas que quiero que me aclares. —El tono en el que el rubio le hablaba seguía siendo el mismo: firme y sólido. Su postura lo era aún más, incluso llegando a ser intimidante—. Habló Kirishima; sonaba realmente preocupado por un asunto en particular, uno que al parecer tiene bastante que ver contigo. ¿Podrías decirme qué pasó esta mañana en tu trabajo, Tamaki?

Tamaki sintió de repente un fuerte nudo en el estómago al escucharlo. Un mal presentimiento le caló en la nuca, uno que le decía a gritos que saliera de ahí lo más rápido posible, pues Mirio ya estaba enterado de todo ese estúpido asunto (cortesía de su pelirrojo amigo) así que no hizo nada más que mostrarse receloso frente a la mirada del más grande mientras pensaba qué decirle, comenzando a retroceder con sigilo.

—Yo... de hecho iba de salida. Necesito ir a la farmacia por mi medicamento —dijo finalmente, como una excusa perfecta para no tener que enfrentarse al rubio—. No me gusta lo que ocurre cuando me salto las dosis recomendadas.

Y aunque en parte era cierto, la verdad es que el azabache siempre había odiado los altercados, y tener uno justo ahora no había sido parte de sus planes, mucho menos cuando tenía a Mirio como contrincante, por lo que, con más razón, quería desaparecer cuanto antes. Y bien pudo pasarlo de largo e irse, pero de pronto un fuerte agarre en su brazo le impidió su vano intento de huir.

—No saldrás de aquí hasta que me respondas. —Su voz era severa, sonando como una advertencia.

El menor agachó la cabeza, mirando solamente sus manos temblorosas, al mismo tiempo que los dedos de sus pies se removían afanosos bajo la textura de sus calcetines. Y ahora que lo notaba, el suelo estaba muy frío; todo el lugar se sentía frío, y comenzaba a serle incómodo. Sus ojos se desviaron hacia los pies de Mirio y notó que no se había quitado los zapatos al entrar; como si necesitaran otra razón para perturbar la ya perdida armonía de la casa. Fue en eso que sintió a Togata apretar su mano alrededor de su delgada extremidad que se dio cuenta de que seguía sin contestarle.

—¿Y bien?

—Está claro que ya sabes la respuesta, Mirio. Lo que tengas que decir, d-dímelo ya. —Cuanto antes hablara, más pronto terminaría esto.

—Entonces es verdad. Supongo que ya ni como tu pareja tuve el derecho de ser informado acerca de una situación tan delicada como esa. —Le soltó, mirándolo con antipatía. Amajiki pudo detectar cierto resentimiento emanando en sus palabras.

Punto de Quiebre •[MiriTama]•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora